ELOGIO A LA HOLGAZANERÍA:
¿POR QUÉ EL MUNDO IRÍA MEJOR SI
FUÉSEMOS BASTANTE MÁS VAGOS?
“Debemos
construir la habilidad de ser nosotros mismos y no hacer nada. Eso es lo que
los teléfonos han hecho desaparecer. La capacidad de estar quietos. Es
en lo que consiste ser una persona”.
Con esta cita del cómico Louis C.K., el científico y escritor Andrew J. Smart ilustra uno de los grandes problemas del ser humano en el siglo XXI: la necesidad autoimpuesta de estar permanentemente ocupados. El ocio es el enemigo, algo que nos detiene en la conquista de nuestros objetivos y que puede acabar con nuestro bienestar material. Sin embargo, el esfuerzo continuo no nos hace más felices, ni siquiera nos permite conseguir mejores resultados. Simplemente, acaba con nuestra creatividad, con nuestra felicidad y nuestra humanidad.
Con esta cita del cómico Louis C.K., el científico y escritor Andrew J. Smart ilustra uno de los grandes problemas del ser humano en el siglo XXI: la necesidad autoimpuesta de estar permanentemente ocupados. El ocio es el enemigo, algo que nos detiene en la conquista de nuestros objetivos y que puede acabar con nuestro bienestar material. Sin embargo, el esfuerzo continuo no nos hace más felices, ni siquiera nos permite conseguir mejores resultados. Simplemente, acaba con nuestra creatividad, con nuestra felicidad y nuestra humanidad.
Smart acaba de publicar en España El arte y la ciencia de no hacer
nada. El piloto automático del cerebro (Clave Intelectual), en el
que explica desde un punto de vista neurológico –aderezado con observaciones
literarias y filosóficas– por qué deberíamos empezar a no hacer nada. En primer
lugar, porque, “el cerebro es una maravilla compleja y no lineal que siempre
está activa”. Hay partes de nuestro cerebro, como el córtex prefrontal, que se
activan cuando no hacemos nada y que “te permiten acceder a tu inconsciente,
tu creatividad y tus emociones”. Perder el
tiempo potencia nuestras habilidades, nos ayuda a conocernos y a sentirnos en
paz. La conclusión, para Smart, está clara: “Es aceptable ser
vago”.
El hombre no nació para trabajar
Se trata de una idea que lleva circulando desde hace mucho tiempo en la neurociencia y que ha formado parte de la cultura durante siglos. El descanso era tan consustancial a la vida diaria como el trabajo. Sin embargo, la revolución industrial, el capitalismo, la urbanización de la sociedad y la globalización han cambiado las costumbres del individuo y han convertido el tiempo en el bien más preciado. Por el contrario, la vaguería (o, mejor dicho, la ociosidad) es hoy en día un importante tabú. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
La ética protestante, heredada por el capitalismo, comenzó a cambiar las tornas respecto al trabajo, que durante siglos había sido considerado un castigo divino. “Lutero pensaba que los pobres eran vagos y necesitaban ser castigados con el trabajo duro”, explica Smart. “En el libro hablo de nuestro pasado evolutivo, y cómo el ocio era necesario para recuperarse después de cazar y escapar de depredadores”. Sin el descanso, habría sido imposible que el ser humano mantuviese todas las exigencias físicas de un mundo dominado por la naturaleza. “Hoy en día no tenemos que hacer nada físico para sobrevivir excepto caminar al coche, pero quizá la compulsión de estar ocupados esté relacionada de alguna manera con ello”.
Durante siglos, se pensó que el desarrollo tecnológico permitiría al ser humano disponer de más tiempo libre. “Los radicales del siglo XIX como Marx o Bakunin apostaban por una sociedad basada en el ocio”, recuerda Smart. “Economistas mainstream como Keynes pensaban que hoy en día tendríamos una jornada laboral mucho más corta, y Oscar Wilde escribió que los pobres debían ser liberados por las máquinas”. Sabemos perfectamente que no sólo no trabajamos menos, sino que la tecnología ha provocado que dediquemos las 24 horas del día al trabajo, a diversos compromisos familiares y sociales y a consultar las notificaciones del móvil.
Hay un interés detrás de todo ello, sugiere Smart. “Las largas horas de trabajo benefician a la élite de varias maneras –consiguen convertir el valor de nuestro trabajo en beneficio–, mientras estamos intentando trabajar todo lo posible no nos organizamos, algo que siempre ha sido una amenaza a sus intereses”. Otra contrapartida: “Previene el pleno empleo porque siempre puedes amenazar a los empleados con el desempleo por trabajar lo justo, pero si todos trabajásemos menos horas podríamos emplear a todo el mundo”. ¿La paradoja inherente a todo ello? “Si sólo trabajásemos unas pocas horas al día, seríamos tan productivos o incluso más que si lo hiciésemos diez horas al día”.
“Mi visión particular es que todo el mundo puede disfrutar del ocio que necesite sin dañar su seguridad material. Creo que se tiene la falsa creencia de que si dejásemos a la gente tener todo el ocio que quisieran nadie trabajaría”, argumenta Smart. “No creo que eso sea verdad: la gente trabajaría en lo que desease, no en la basura en lo que suele trabajar. La gente no es vaga, simplemente tiene trabajos lamentables”.
El culto a la agenda apretada
Pero ese culto a la productividad forma parte ya casi inseparable de nuestras vidas. Exigimos a nuestros hijos que se olviden del ocio, tan necesario para el desarrollo emocional y personal, y abracen un gran número de actividades extraescolares o aficiones, siempre vistas como una obligación, como es el caso de aprender a utilizar un instrumento musical o practicar un deporte. “Estoy de acuerdo en que me sentiría muy raro como padre si le dijese a los que acaban de apuntar a sus hijos en 14 actividades que los míos no hacen nada”, reconoce Smart. “Nos sentimos culpables si no tenemos a nuestros hijos apuntados a natación, música, chino, etc”.
Esta trampa no deja de producir paradojas. Una de ellas es que aquellos que más dinero y poder tienen en sus manos son precisamente los que disponen de menos tiempo libre. Sin embargo, Smart sugiere que algunas personas podrían disfrutar más, o estar más preparadas biológicamente que otras, para aguantar el estrés. “Los CEO, banqueros y políticos no son la clase de personas que uno consideraría creativas o que te gustaría conocer de forma personal”, sugiere el científico. “Su ocupación los daña de la misma manera que a los demás, pero en la situación presente se benefician de ello, incluso aunque les haga daño a la larga”.
Mucho se ha escrito ya sobre los problemas que causa la multitarea, es decir, nuestra tendencia a realizar diversas actividades al mismo tiempo, algo que provoca que no hagamos bien ninguna de ellas y perdamos nuestra capacidad de concentración. Pero Smart va más allá. No se trata de reorganizarse para ser más productivos, sino de, simplemente, redescubrir quiénes somos y lo que queremos.
“El escritor Steven Poole escribió un gran artículo sobre lo que denomina ‘el culto a la productividad’, donde todo lo que hacemos –incluso si es simplemente relajarse– tiene algún objetivo funcional o sirve a la motivación utilitaria de ser productivo”, recuerda Smart. “Insisto en mi libro en que estar desocupado es bueno por sí mismo, no para convertirse en un hipster digital más productivo”. Esa es una de las paradojas del libro. Si bien sugiere que tomarse varios descansos en el trabajo o dejar la mente vagar durante un buen rato al día puede mejorar nuestra creatividad y desempeño en el trabajo, Smart es particularmente crítico con la utilización de su libro para conseguir ser aún más eficientes.
“Es difícil escapar de ello, porque hay quien lee mi libro y se dice 'oh, vale, ahora tengo que añadir no hacer nada a mi lista de tareas'. Es no haber entendido nada”, se lamenta Smart, que explica cómo la escritora Bridig Shulte, autora de Owerwhelmed, un libro sobre la falta de tiempo libre en nuestra sociedad, recibe continuamente ofertas por parte de importantes think-tanks para explicarles cómo el ocio puede hacer más productivos a sus empleados. Otra manifestación más de la obsesión de nuestra sociedad por traducir lo que no tiene precio en números, metas y nombres tachados de una lista.
El ser humano, en peligro
El problema que late detrás de todo ello es que, quizá, el ser humano esté perdiendo aquello que le distinguía del animal, la capacidad de autorreflexión y de conciencia sobre uno mismo. Por el contrario, nos estamos convirtiendo en una mezcla de los animales que sólo son capaces de reaccionar a los estímulos de su entorno y las máquinas que obedecen constantemente órdenes externas. “La habilidad para pensar sobre nosotros mismos es una capacidad humana que ninguna otra especie puede llevar a cabo”, añade Smart. “Requiere una gran corteza prefrontal y la capacidad de metacognición. Si dejamos que esta habilidad se atrofie de forma individual, tendrá consecuencias socialmente negativas”.
Si somos conscientes de que el estrés cotidiano y nuestros horarios sobresaturados acaban con nuestra inspiración, ¿por qué no hacemos nada para evitarlo? Smart traza un paralelismo con la adicción al tabaco. Cuando empezamos a fumar de adolescentes, resulta atractivo porque nos hace parecer más mayores y más interesantes; pero para cuando nos damos cuenta de que nos perjudica, nos encontramos con que la motivación inicial se ha esfumado y es difícil hacer desaparecer la adicción.
¿Qué podemos hacer, por lo tanto, para poner el freno de mano en un mundo en constante movimiento sin que este nos lleve por delante? Smart lo tiene claro: “Conseguir una sociedad basada en el ocio probablemente requería algo parecido a una revolución”. Mientras tanto, está en nuestras manos (íntimas y privadas) intentar detener el caos que nos rodea. “Cuando tengo un momento en el que no he de hacer nada, intento detener la urgencia de encontrar algo que hacer”, explica. “Intento sentarme hasta que me interrumpen. Te sorprendería el beneficio de robar breves momentos a lo largo del día para desconectar. Una vez manejes esos pequeños momentos de desconexión, puedes construir gradualmente una tolerancia a los períodos mayores”. Barato, sencillo y efectivo, aunque conviene tener a mano un ejemplar de El arte y la ciencia de no hacer nada ante la nada descabellada posibilidad de que alguien nos llame “holgazán”.
El hombre no nació para trabajar
Se trata de una idea que lleva circulando desde hace mucho tiempo en la neurociencia y que ha formado parte de la cultura durante siglos. El descanso era tan consustancial a la vida diaria como el trabajo. Sin embargo, la revolución industrial, el capitalismo, la urbanización de la sociedad y la globalización han cambiado las costumbres del individuo y han convertido el tiempo en el bien más preciado. Por el contrario, la vaguería (o, mejor dicho, la ociosidad) es hoy en día un importante tabú. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
La ética protestante, heredada por el capitalismo, comenzó a cambiar las tornas respecto al trabajo, que durante siglos había sido considerado un castigo divino. “Lutero pensaba que los pobres eran vagos y necesitaban ser castigados con el trabajo duro”, explica Smart. “En el libro hablo de nuestro pasado evolutivo, y cómo el ocio era necesario para recuperarse después de cazar y escapar de depredadores”. Sin el descanso, habría sido imposible que el ser humano mantuviese todas las exigencias físicas de un mundo dominado por la naturaleza. “Hoy en día no tenemos que hacer nada físico para sobrevivir excepto caminar al coche, pero quizá la compulsión de estar ocupados esté relacionada de alguna manera con ello”.
Durante siglos, se pensó que el desarrollo tecnológico permitiría al ser humano disponer de más tiempo libre. “Los radicales del siglo XIX como Marx o Bakunin apostaban por una sociedad basada en el ocio”, recuerda Smart. “Economistas mainstream como Keynes pensaban que hoy en día tendríamos una jornada laboral mucho más corta, y Oscar Wilde escribió que los pobres debían ser liberados por las máquinas”. Sabemos perfectamente que no sólo no trabajamos menos, sino que la tecnología ha provocado que dediquemos las 24 horas del día al trabajo, a diversos compromisos familiares y sociales y a consultar las notificaciones del móvil.
Hay un interés detrás de todo ello, sugiere Smart. “Las largas horas de trabajo benefician a la élite de varias maneras –consiguen convertir el valor de nuestro trabajo en beneficio–, mientras estamos intentando trabajar todo lo posible no nos organizamos, algo que siempre ha sido una amenaza a sus intereses”. Otra contrapartida: “Previene el pleno empleo porque siempre puedes amenazar a los empleados con el desempleo por trabajar lo justo, pero si todos trabajásemos menos horas podríamos emplear a todo el mundo”. ¿La paradoja inherente a todo ello? “Si sólo trabajásemos unas pocas horas al día, seríamos tan productivos o incluso más que si lo hiciésemos diez horas al día”.
“Mi visión particular es que todo el mundo puede disfrutar del ocio que necesite sin dañar su seguridad material. Creo que se tiene la falsa creencia de que si dejásemos a la gente tener todo el ocio que quisieran nadie trabajaría”, argumenta Smart. “No creo que eso sea verdad: la gente trabajaría en lo que desease, no en la basura en lo que suele trabajar. La gente no es vaga, simplemente tiene trabajos lamentables”.
El culto a la agenda apretada
Pero ese culto a la productividad forma parte ya casi inseparable de nuestras vidas. Exigimos a nuestros hijos que se olviden del ocio, tan necesario para el desarrollo emocional y personal, y abracen un gran número de actividades extraescolares o aficiones, siempre vistas como una obligación, como es el caso de aprender a utilizar un instrumento musical o practicar un deporte. “Estoy de acuerdo en que me sentiría muy raro como padre si le dijese a los que acaban de apuntar a sus hijos en 14 actividades que los míos no hacen nada”, reconoce Smart. “Nos sentimos culpables si no tenemos a nuestros hijos apuntados a natación, música, chino, etc”.
Esta trampa no deja de producir paradojas. Una de ellas es que aquellos que más dinero y poder tienen en sus manos son precisamente los que disponen de menos tiempo libre. Sin embargo, Smart sugiere que algunas personas podrían disfrutar más, o estar más preparadas biológicamente que otras, para aguantar el estrés. “Los CEO, banqueros y políticos no son la clase de personas que uno consideraría creativas o que te gustaría conocer de forma personal”, sugiere el científico. “Su ocupación los daña de la misma manera que a los demás, pero en la situación presente se benefician de ello, incluso aunque les haga daño a la larga”.
Mucho se ha escrito ya sobre los problemas que causa la multitarea, es decir, nuestra tendencia a realizar diversas actividades al mismo tiempo, algo que provoca que no hagamos bien ninguna de ellas y perdamos nuestra capacidad de concentración. Pero Smart va más allá. No se trata de reorganizarse para ser más productivos, sino de, simplemente, redescubrir quiénes somos y lo que queremos.
“El escritor Steven Poole escribió un gran artículo sobre lo que denomina ‘el culto a la productividad’, donde todo lo que hacemos –incluso si es simplemente relajarse– tiene algún objetivo funcional o sirve a la motivación utilitaria de ser productivo”, recuerda Smart. “Insisto en mi libro en que estar desocupado es bueno por sí mismo, no para convertirse en un hipster digital más productivo”. Esa es una de las paradojas del libro. Si bien sugiere que tomarse varios descansos en el trabajo o dejar la mente vagar durante un buen rato al día puede mejorar nuestra creatividad y desempeño en el trabajo, Smart es particularmente crítico con la utilización de su libro para conseguir ser aún más eficientes.
“Es difícil escapar de ello, porque hay quien lee mi libro y se dice 'oh, vale, ahora tengo que añadir no hacer nada a mi lista de tareas'. Es no haber entendido nada”, se lamenta Smart, que explica cómo la escritora Bridig Shulte, autora de Owerwhelmed, un libro sobre la falta de tiempo libre en nuestra sociedad, recibe continuamente ofertas por parte de importantes think-tanks para explicarles cómo el ocio puede hacer más productivos a sus empleados. Otra manifestación más de la obsesión de nuestra sociedad por traducir lo que no tiene precio en números, metas y nombres tachados de una lista.
El ser humano, en peligro
El problema que late detrás de todo ello es que, quizá, el ser humano esté perdiendo aquello que le distinguía del animal, la capacidad de autorreflexión y de conciencia sobre uno mismo. Por el contrario, nos estamos convirtiendo en una mezcla de los animales que sólo son capaces de reaccionar a los estímulos de su entorno y las máquinas que obedecen constantemente órdenes externas. “La habilidad para pensar sobre nosotros mismos es una capacidad humana que ninguna otra especie puede llevar a cabo”, añade Smart. “Requiere una gran corteza prefrontal y la capacidad de metacognición. Si dejamos que esta habilidad se atrofie de forma individual, tendrá consecuencias socialmente negativas”.
Si somos conscientes de que el estrés cotidiano y nuestros horarios sobresaturados acaban con nuestra inspiración, ¿por qué no hacemos nada para evitarlo? Smart traza un paralelismo con la adicción al tabaco. Cuando empezamos a fumar de adolescentes, resulta atractivo porque nos hace parecer más mayores y más interesantes; pero para cuando nos damos cuenta de que nos perjudica, nos encontramos con que la motivación inicial se ha esfumado y es difícil hacer desaparecer la adicción.
¿Qué podemos hacer, por lo tanto, para poner el freno de mano en un mundo en constante movimiento sin que este nos lleve por delante? Smart lo tiene claro: “Conseguir una sociedad basada en el ocio probablemente requería algo parecido a una revolución”. Mientras tanto, está en nuestras manos (íntimas y privadas) intentar detener el caos que nos rodea. “Cuando tengo un momento en el que no he de hacer nada, intento detener la urgencia de encontrar algo que hacer”, explica. “Intento sentarme hasta que me interrumpen. Te sorprendería el beneficio de robar breves momentos a lo largo del día para desconectar. Una vez manejes esos pequeños momentos de desconexión, puedes construir gradualmente una tolerancia a los períodos mayores”. Barato, sencillo y efectivo, aunque conviene tener a mano un ejemplar de El arte y la ciencia de no hacer nada ante la nada descabellada posibilidad de que alguien nos llame “holgazán”.
EMMA GOLDMAN: EL NIÑX Y SUS ENEMIGOS (1906)
Publicado originalmente en Mother Earth, Vol. 1 No. 2, Abril de 1906.
¿Debe el niño ser considerado como una
individualidad, o como un objeto a ser moldeado de acuerdo al antojo y capricho
de cada quien? ESTA PARECE SER LA PREGUNTA MÁS IMPORTANTE A
RESPONDER POR PADRES Y EDUCADORES.
Y si es que el niño ha de crecer desde dentro, si es que a todo lo que ansíe expresión le será permitido salir a la luz del día; o si es que ha de ser amasado como masilla por fuerzas externas, eso depende de la respuesta adecuada a esta pregunta vital.
Y si es que el niño ha de crecer desde dentro, si es que a todo lo que ansíe expresión le será permitido salir a la luz del día; o si es que ha de ser amasado como masilla por fuerzas externas, eso depende de la respuesta adecuada a esta pregunta vital.
El anhelo de los mejores y más nobles de nuestros tiempos hace a las más fuertes individualidades. Todo ser sensible aborrece la idea de ser tratado como mera máquina o como mero loro de lo convencional (aunque parece no ser así), el ser humano ansía el reconocimiento de sus semejantes (hacen su vida deacuerdo a lo que los demás digan).
Debe tenerse en mente que es por el canal del niño que el desarrollo de la persona madura debe pasar, y que las ideas presentes de la educación o entrenamiento de éste en la escuela y la familia — incluso la familia del liberal o el radical — son tales que sofocan su crecimiento natural.
TODA INSTITUCIÓN DE NUESTROS DÍAS, LA FAMILIA, EL ESTADO, NUESTROS CÓDIGOS MORALES, VE EN CADA PERSONALIDAD FUERTE, BELLA, SIN COMPROMISOS, UN ENEMIGO MORTAL; POR ENDE SE HACE TODO ESFUERZO POR COARTAR LA EMOCIÓN Y LA ORIGINALIDAD DE PENSAMIENTO HUMANO EN EL INDIVIDUO CON UNA CAMISA DE FUERZA DESDE SU MÁS TEMPRANA INFANCIA; O SE LE DA FORMA A TODO SER HUMANO DE ACUERDO A UN PATRÓN; NO UNA INDIVIDUALIDAD INTEGRAL, SINO UNA DE PACIENTE ESCLAVO DEL TRABAJO, UN AUTÓMATA PROFESIONAL, UN CIUDADANO QUE PAGA SUS IMPUESTOS, O UN RECTO MORALISTA. Si uno, no obstante, se encuentra con la espontaneidad real (que, por cierto, es un rasgo raro) eso no se debe a nuestro método de crianza o educación del niño: la personalidad a menudo se afirma a sí misma, independiente de las barreras oficiales y familiares. Un descubrimiento como ese debe ser celebrado como un evento inusual, ya que los obstáculos puestos en el camino del crecimiento y el desarrollo del carácter son tan numerosos que se ha de considerar un milagro si retiene su fuerza y belleza y sobrevive a los diversos intentos de incapacitar aquello que le es más esencial.
Ciertamente, aquel que se ha liberado de las cadenas de la irreflexión y la estupidez comunes y corrientes; aquel que puede pararse sin muletas morales, sin la aprobación de la opinión pública — la pereza privada, le llamó Friedrich Nietzsche — PUEDE BIEN ENTONAR UN CANTO ALTO Y VOLUMINOSO DE INDEPENDENCIA Y LIBERTAD; HA OBTENIDO EL DERECHO A ELLO CON FIERAS Y ARDIENTES BATALLAS. Estas batallas comienzan ya a la más delicada edad.
El niño muestra sus tendencias individuales en sus juegos, en sus preguntas, en su asociación con las personas y las cosas. PERO DEBE LUCHAR CON LA PERPETUA INTERFERENCIA EXTERNA EN SU MUNDO DE PENSAMIENTO Y EMOCIÓN. QUE NO DEBE EXPRESARSE EN ARMONÍA CON SU NATURALEZA, CON SU PERSONALIDAD CRECIENTE. QUE DEBE CONVERTIRSE EN COSA, EN OBJETO. SUS PREGUNTAS ENCUENTRAN RESPUESTAS ESTRECHAS, CONVENCIONALES, RIDÍCULAS, EN SU MAYOR PARTE BASADAS EN FALSEDADES; Y, CUANDO, CON GRANDES, CURIOSOS E INOCENTES OJOS, DESEA CONTEMPLAR LAS MARAVILLAS DEL MUNDO, QUIENES LE CUIDAN CIERRAN RÁPIDAMENTE LAS VENTANAS Y LAS PUERTAS, Y MANTIENEN A LA DELICADA PLANTA HUMANA EN UNA ATMÓSFERA DE INVERNADERO, DONDE NO PUEDE NI RESPIRAR NI CRECER LIBREMENTE.
Zola, en su novela Fecundidad, mantiene que grandes grupos de personas le han declarado la muerte al niño, han conspirado contra el nacimiento del niño, — una imagen horrible ciertamente, pero la conspiración ingresada por la civilización contra el crecimiento y la formación del carácter me parece por lejos más terrible y desastrosa, debido a la lenta y gradual destrucción de sus cualidades y rasgos latentes y el efecto estupefaciente e incapacitante por lo tanto sobre su bienestar social.
Ya que todo esfuerzo en nuestra vida educativa parece estar dirigida hacia hacer del niño un ser extraño a sí mismo, debe por necesidad producir individuos extraños los unos con los otros, y en perpetuo antagonismo los unos con los otros.
El ideal del pedagogo promedio no es un ser completo, íntegro, original; en vez, busca que el resultado de su arte de la pedagogía sean autómatas de carne y sangre, para adecuarse mejor al molino de la sociedad y al vacío y la insipidez de nuestras vidas. Todo hogar, escuela, colegio y universidad está por el utilitarismo seco y frío, que rebalse el cerebro del pupilo con tremenda cantidad de ideas, traspasadas desde generaciones pasadas. “Hechos y datos,” como les llaman, constituyen mucha información, suficiente tal vez como para mantener toda forma de autoridad y para crear mucho temor reverencial por la importancia de la posesión, pero esto no es más que un gran retardo en la comprensión real del alma humana y su lugar en el mundo.
Verdades muertas y olvidadas hace mucho tiempo, ideas del mundo y sus pueblos, cubiertas de moho, incluso en los tiempos de nuestras abuelas, se machacan en las cabezas de nuestra generación joven. El cambio eterno, la miríada de variaciones, la innovación continua son la esencia de la vida. LA PEDAGOGÍA PROFESIONAL NADA SABE DE ELLO, los sistemas de educación son ordenados en archivos, clasificados, y numerados. Carecen de la semilla fuerte y fértil que, al caer en rico suelo, les haga crecer hacia grandes alturas, están desgastados y son incapaces de despertar la espontaneidad del carácter. INSTRUCTORES Y MAESTROS, CON ALMAS MUERTAS, OPERAN CON VALORES MUERTOS. LA CANTIDAD ES FORZADA PARA REEMPLAZAR A LA CALIDAD. LAS CONSECUENCIAS POR LO TANTO SON INEVITABLES.
EN LA DIRECCIÓN QUE UNO MIRE, BUSCANDO ANSIOSAMENTE POR SERES HUMANOS QUE NO MIDAN LAS IDEAS Y LAS EMOCIONES CON LA VARA DE LA PROPIA CONVENIENCIA, SE ENCUENTRA UNO CON LOS PRODUCTOS DE LA INSTRUCCIÓN DE GANADO EN VEZ DE CON LOS RESULTADOS DE ESPONTÁNEAS E INNATAS CARACTERÍSTICAS FORMÁNDOSE A SÍ MISMAS EN LIBERTAD.
“Ningún rastro veo ahora
de la
voluntad del espíritu.
Es instrucción, nada más.”
Estas palabras del Fausto se adecuan a nuestros métodos de pedagogía perfectamente. Tomemos, por ejemplo, la manera en que la historia se enseña en nuestras escuelas. Veamos cómo los eventos del mundo se vuelven presentaciones baratas de títeres, donde unos pocos tira-cuerdas se supone que dirigieron el curso del desarrollo de todo la especie humana.
Y la historia de nuestra propia nación! ¿Acaso no fue escogido por la Providencia que fuese la nación líder sobre la tierra? ¿Y acaso no está en lo alto de las montañas por sobre las otras naciones? ¿No es acaso la joya del océano? ¿No es acaso incomparablemente virtuosa, ideal y valiente? El resultado de tal enseñanza ridícula es un soso y superficial patriotismo, cegado de sus propias limitaciones, con testarudez de toro, completamente incapaz de juzgar las capacidades de otras naciones. Así es como se castra el espíritu de la juventud, se sofoca por medio de una sobre-estimación del valor propio. No sorprende entonces que la opinión pública pueda ser manufacturada tan fácilmente.
“ALIMENTO PRE-DIGERIDO” debiese estar inscrito en toda sala de aprendizaje como advertencia a todos quienes no deseen perder su personalidad y su sentido original de juicio, quienes, en vez, estarían contentos con una gran cantidad de conchas vacías y superficiales. Eso debería ser suficiente como reconocimiento a los múltiples obstáculos puestos en el camino de un desarrollo mental independiente del niño.
Igualmente numerosas, y no menos importantes, son las dificultades que confronta la vida emocional de los jóvenes. ¿No debe uno suponer que los padres deban estar unidos a los niños por las más tiernas y delicadas cuerdas? Debería uno suponerlo; sin embargo, triste como es, es, no obstante, cierto, que los padres son los primeros en destruir las riquezas internas de sus niños.
Las Escrituras nos dicen que Dios creó al Hombre a Su semejanza, lo que por ningún motivo ha sido un éxito. Los padres siguen el mal ejemplo de su amo celestial; hacen todo esfuerzo por dar forma y moldear al niño de acuerdo a su imagen. Se aferran tenazmente a la idea de que el niño es mera parte de ellos mismos — una idea tan falsa como injuriosa, y que solo aumenta la incomprensión del alma del niño, Y DE LAS NECESARIAS CONSECUENCIAS DE LA ESCLAVITUD Y LA SUBORDINACIÓN.
Tan pronto como los primeros rayos de conciencia iluminan la mente y el corazón del niño, comienza instintivamente a comparar su propia personalidad con la personalidad de quienes lo cuidan. ¿Cuántos riscos duros y fríos encuentra su gran mirada curiosa? Pronto se enfrenta con la dolorosa realidad de que está aquí solo para servir de materia inanimada para padres y guardianes, cuya autoridad sola le da molde y forma.
La terrible lucha de la mujer y el hombre pensantes contra las convenciones políticas, sociales y morales debe su origen a la familia, donde el niño es siempre obligado a batallar contra el uso interno y externo de la fuerza. Los imperativos categóricos: Tú has! tú debes! esto es correcto! eso es incorrecto! esto es cierto! eso es falso! caen como violenta lluvia sobre la cabeza rudimentaria del joven ser y le imprime en sus sensibilidades que debe postrarse ante las largamente establecidas y duras nociones de los pensamientos y las emociones. Sin embargo las cualidades e instintos latentes buscan afirmar sus propios métodos peculiares de encontrar la base de las cosas, de distinguir entre lo que comúnmente se denomina incorrecto, verdadero o falso.
Se inclina a ir por su propio camino, ya que está compuesto de los mismos nervios, músculos y sangre, tal como aquellos que asumen dirigir su destino. No puedo entender cómo esperan los padres que sus niños crezcan para ser espíritus independientes, auto-suficientes, cuando hacen todo esfuerzo por abreviar y limitar las diversas actividades de sus hijos, el plus en cualidad y carácter, que diferencia a su prole de sí mismos, y en virtud de la cual son portadores eminentemente equipados de ideas nuevas y vigorizantes. Un árbol joven y delicado, que está siendo recortado y podado por el jardinero para darle una forma artificial, nunca alcanzará la majestuosa altura y la belleza que cuando se le deja crecer en su naturaleza y libertad.
Cuando el niño alcanza la adolescencia, se encuentra, sumado a las restricciones del hogar y la escuela, con inmensa cantidad de tradiciones rígidas de la moral social. Las ansias de amor y sexo se topan con la ignorancia absoluta de la mayoría de los padres, quienes lo consideran algo indecente e inapropiado, algo vergonzoso, casi criminal, a ser reprimido y combatido como una enfermedad terrible. EL AMOR Y LOS TIERNOS SENTIMIENTOS EN LA JOVEN PLANTA SE TORNAN EN VULGARIDAD Y ORDINARIEZ POR LA ESTUPIDEZ DE QUIENES LE RODEAN, DE MODO QUE TODO LO LINDO Y BELLO ES O BIEN APLASTADO POR COMPLETO O ESCONDIDO EN LAS PROFUNDIDADES MÁS INTERNAS, COMO UN GRAN PECADO, QUE NO OSA ENFRENTAR LA LUZ.
Lo más asombroso es el hecho de que los padres se privarán de todo, sacrificarán todo por el bienestar físico del niño, se desvelarán por las noches y temerán agonizantes cualquier mal físico de su amado; pero seguirán fríos e indiferentes, sin la más leve comprensión de las ansias del alma y los anhelos de su niño, ni oyendo ni queriendo oír el fuerte llamado del joven espíritu que demanda reconocimiento. POR EL CONTRARIO, SOFOCARÁN LA BELLA VOZ DE LA PRIMAVERA, DE UNA NUEVA VIDA DE BELLEZA Y EL ESPLENDOR DEL AMOR; PONDRÁN EL LARGO Y ESBELTO DEDO DE LA AUTORIDAD SOBRE LA TIERNA GARGANTA Y NO PERMITIRÁN DESAHOGO AL PLATEADO CANTO DEL CRECIMIENTO INDIVIDUAL, DE LA BELLEZA DEL CARÁCTER, DE LA FUERZA DEL AMOR Y LA RELACIÓN HUMANA, QUE POR SÍ SOLOS HACEN QUE LA VIDA VALGA LA PENA VIVIRLA.
Y sin embargo estos padres imaginan que quieren lo mejor para su niño, y que yo sepa, algunos realmente lo quieren; pero lo mejor significa la muerte y el deterioro para el brote en desarrollo. Después de todo, no están más que imitando a sus propios amos en los asuntos de Estado, comercial, social, y moral, reprimiendo por la fuerza todo intento independiente de analizar los males de la sociedad y todo sincero esfuerzo hacia la abolición de estos males; nunca capaces de asir la eterna verdad de que todo método que emplean sirve como el mayor ímpetu por hacer nacer un mayor anhelo por la libertad y un fervor más profundo por luchar por ello.
Esa compulsión está destinada a despertar la resistencia, todo padre y maestro debiese saberlo. Gran sorpresa se expresa ante el hecho de que la mayoría de los niños de padres radicales o bien se oponen a las ideas de éstos, muchos de ellos circulando los viejos y anticuados caminos, o son indiferentes a los nuevos pensamientos y enseñanzas de regeneración social. Y sin embargo nada hay de inusual en ello. Los padres radicales, aunque emancipados de la creencia de apropiación del alma humana, aún se aferran tenazmente a la idea de que son dueños del niño, y de que tienen el derecho de ejercer su autoridad sobre el niño. De modo que se disponen a moldear y formar al niño de acuerdo a su propia concepción de lo que es correcto e incorrecto, forzando sus ideas en él con la misma vehemencia que usa el padre católico promedio. Y, con esto último, sostienen la necesidad ante el joven de “hacer lo que te digo y no lo que yo hago.” Pero la mente impresionable del niño se da cuenta pronto que las vidas de sus padres están en contradicción con las ideas que representan; que, como el buen cristiano que fervientemente reza los días domingo, pero sigue rompiendo los mandamientos del señor el resto de la semana, el padre radical acusa a Dios, al clérigo, la iglesia, el gobierno, la autoridad doméstica, pero sigue ajustándose a la condición que aborrece. Así también, el padre librepensador puede jactarse orgulloso de que su hijo de cuatro años reconoce la imagen de Thomas Paine o de Ingersoll, o que sabe que la idea de Dios es estúpida. O el padre social-demócrata puede señalar a su pequeña niña de seis años y decir, “¿quién escribió el Capital, querida?” “Karl Marx, papá!” O la madre anarquista puede hacer saber que el nombre de su hija es Louise Michel, Sophia Perovskaya, o que puede recitar los poemas revolucionarios de Herwegh, Freiligrath, o de Shelley, y que señalará los rostros de Spencer, Bakunin o Moses Harmon en todo lugar.
Estas no son exageraciones; son tristes realidades que he encontrado en mi experiencia con padres radicales. ¿Cuáles son los resultados de tales métodos de inclinación de la mente? Lo siguiente es la consecuencia, y no muy poco frecuente, tampoco. El niño, alimentado de ideas unilaterales, establecidas y fijas, pronto se agota de volver a tocar las creencias de sus padres, y sale en busca de nuevas sensaciones, no importa cuán inferior y superficial pueda ser la nueva experiencia, la mente humana no soporta lo mismo y la monotonía. Entonces ocurre que el niño o la niña, sobre-alimentado de Thomas Paine, caerá en los brazos de la iglesia, o votará por el imperialismo solo por escapar del determinismo económico y del socialismo científico, o abrirá una fábrica de blusas y se aferrará a su derecho de acumular propiedad, solo para hallar consuelo del anticuado comunismo de su padre. O la niña se casará con el primer hombre, mientras pueda mantenerse, solo para arrancar de la charla perpetua de la variedad.
Tal condición de los asuntos puede ser muy doloroso para padres que desean que sus hijos sigan su camino, pero yo lo veo como fuerzas psicológicas muy refrescantes y alentadoras. SON LA MÁS GRANDE GARANTÍA DE QUE LA MENTE INDEPENDIENTE, AL MENOS, RESISTIRÁ SIEMPRE A TODA FUERZA EXTERNA Y EXTRAÑA EJERCIDA SOBRE EL CORAZÓN Y LA CABEZA HUMANAS.
Algunos preguntarán, ¿qué hay de las naturalezas débiles, no deben ser protegidas? Sí, pero para poder hacerlo, será necesario darse cuenta de que LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS NO ES SINÓNIMO DE LA INSTRUCCIÓN Y ENTRENAMIENTO DE GANADO. SI LA EDUCACIÓN HA DE SIGNIFICAR REALMENTE ALGO, DEBE INSISTIR EN EL LIBRE CRECIMIENTO Y DESARROLLO DE LAS FUERZAS Y TENDENCIAS INNATAS DEL NIÑO. SOLO DE ESTE MODO PODEMOS ESPERAR AL INDIVIDUO LIBRE Y EVENTUALMENTE TAMBIÉN A UNA COMUNIDAD LIBRE, QUE HABRÁ DE HACER QUE LA INTERFERENCIA Y LA COERCIÓN DEL CRECIMIENTO HUMANO SEA IMPOSIBLE.
1984 es ahora (la belleza de la ficcion)EL GRAN HERMANO TE VIGILA
Big Brother State
DOBLE PENSAR ORWELL
La Neolengua (George Orwell, "1984") define el doble pensar como "el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente."
Manifiesto del siglo XXI solucion al desempleo, reducir la jornada laboral
La jornada de cuatro horas
Principios de neolengua
Neo-lengua
Documentalista "Ken Fero" nos habla de su documental llamado "Neo-lengua" que fue emitido por PressTV,
el 20 de enero de 2012. La película cuestiona la relación entre Ofcom, la autoridad reguladora
independiente para la industria de telecomunicaciones del Reino Unido, y los lobbies del poder.
La película utilizando un lenguaje poético y técnicas visuales, lleva al espectador a un viaje
personal sobre cómo el contenido radical de ciertas imágenes como muertes bajo custodia policial,
la invasión de Iraq, los levantamientos de los trabajadores, permanecen ocultas al público en el Reino Unido.
NO SOMOS CULPABLES
Largos debates, conversaciones con cierto sabor a resentimiento y
desesperanza giran en torno a la falta de reacción social ante la ofensiva desatada
por los grandes capitales y los centros de poder político siempre ansiosos por
ampliar sus beneficios económicos en primer término, y como objetivo de fondo
aumentar la capacidad de dominio sobre el resto de seres que habitan el
planeta.
Durante mucho tiempo el sistema social se ha encargado de ir destruyendo
el tejido social en el que las personas se apoyaban siempre para tratar de
vivir una vida lo más acorde posible a su modo de sentir. Precisamente ahí, en
el modo de sentir, es donde ha centrado gran parte de sus esfuerzos el poder.
Muy pronto se dieron cuenta de la importancia de
modificar esa manera de sentir que incluía una visión colectiva de la vida, una
forma de sentir que incluía al otro, al entorno natural que se consideraba
parte inseparable de la propia vida, y que provocaba que la vida fuera vivida
en común.
Obviamente, para que un sistema basado en la avaricia, en la imperiosa
necesidad de poseer más y más funcione se necesita romper esa idea de lo común.
Se necesita atomizar al ser humano y romper los lazos que le conectan con el
resto para convertirlo en un autómata perfectamente dispuesto a cumplir con el
papel asignado en la función capitalista. Sólo con la desconexión entre iguales
es posible desentenderse de los problemas ajenos y desligar los propios de los
globales, y de ahí a no tener ningún problema a pasar por encima de quien
sea para seguir adelante (sin saber muy bien hacia donde) hay un paso bien
pequeño.
Y así lo ha hecho, como siempre usando esas poderosas maquinarias que
utiliza a su antojo como son el sistema educativo, los medios de información y
la industria del entretenimiento (el sólo hecho de que exista algo llamado
industria del entretenimiento da la medida del éxito obtenido por el sistema en
su proceso de desconexión del individuo con su entorno)
Se ha potenciado tanto lo individual que se ha traspasado la línea que
separa el necesario desarrollo de la persona con esa zona oscura donde el
egoísmo lo puede todo.
Durante muchos años se ha ido potenciando una sibilina
manera de modelar la personalidad humana basada en la suprema importancia de la
satisfacción de las necesidades personales. En esto, tiene mucho que ver la
infiltración de las ciencias psi, especialmente la psicología, en todos los
ámbitos del control social mejorándolos y perfeccionándolos hasta límites
insospechados. (Este
tema da para mucho más y trataré de ampliarlo en otra ocasión).
Junto a la importancia de esa satisfacción, se induce la creencia del
mérito personal y, por tanto, la falsa ilusión de que todo lo que nos ocurre en
la vida es consecuencia única y exclusivamente de nuestros actos. Es decir,
queda eximido de toda responsabilidad el sistema político, económico y social.
Todo es fruto del hacer individual independientemente de cualquier
condicionante.
Esta excelente estrategia de control social ha desactivado casi
cualquier posibilidad (es obvio que el casi no incluye a todas esas personas
que si reaccionan y se esfuerzan en construir otra forma de vivir, cada uno a
su manera) de reacción social y al pasar de los años ha conseguido dejar una
ingente cantidad de personas que no salen de su asombro y estupor ante la
actual situación. Una gran masa de gente que no
llega a comprender qué salió mal. Siguieron las instrucciones al pie de la
letra, se dedicaron en cuerpo y alma a cumplir con lo que el sistema esperaba
de ellos y ahora se encuentran en una situación de indefensión absoluta. Y LO
QUÉ ES PEOR, ABSOLUTAMENTE CONVENCIDOS DE QUÉ HA SIDO CULPA SUYA.
Personas que han cumplido con su labor de
asalariados durante años y ahora se ven como seres inservibles sin saber por
qué, jubilados que tras entregar hasta la última gota de sudor han visto como
todo lo que con esfuerzo consiguieron juntar para pasar sus últimos años se ha
evaporado, varias generaciones convencidas de que estudiar era lo que debían
hacer para alcanzar la vida que el sistema les ofrecía y se encuentran con la
cruda realidad de ser mano de obra sobrante, y así un largo etcétera de
personas y situaciones diversas. Todas ellas con algo en común, un sentimiento
de culpa inoculado por el sistema y con una nula capacidad de reacción fuera de
los cauces que el propio sistema ofrece.
Es necesario tratar esta cuestión con lógica. Si hemos seguido las
normas que nos debían guiar al buen vivir según el sistema y esto no se ha
producido sólo hay una posible conclusión lógica: no somos culpables, entonces ¿quién es el culpable?
Todos los dedos deben apuntar en la misma dirección: el SISTEMA CAPITALISTA.
Por tanto, sólo puede haber UNA SALIDA POSIBLE, ACABAR CON ÉL.
EL TRABAJO HA DE SER
LIBRE. NO AL SALARIADO
Vivimos un tiempo en que el espantoso incremento del paro lleva a la
izquierda, en particular a la más servil hoy hacia el empresariado, IU, Anguita
y sus dependientes, a magnificar más allá de toda medida el trabajo asalariado,
presentado como una bendición.
Claro que en el pasado, cuando había más o menos pleno empleo, sucedía
lo mismo. El capitalismo era explotador si pagaba salarios bajos pero era excelente
si entregaba un buen mazo de billetes al explotado: tal es la lógica de casi
todo el “anticapitalismo” en circulación, cuya única ideología es el dinero y
el consumo. Viven para el consumo y se movilizan sólo por más consumo. Esa es
su razón de ser.
Sus “luchas”, cada vez más ridículas por canijas y patéticas, se
encaminan a lograr maximizar el precio de la mano de obra. Quienes las llevan
son buenos burgueses que se saben propietarios de una mercancía, su fuerza de
trabajo, y desean venderla en las mejores condiciones posibles en el mercado
laboral. Para ocultar tan miserable condición, la de afanosos mercaderes de sí
mismos y sí mismas, tienden a usar palabritas pretendidamente terribles, como
“anticapitalismo”, “movilizaciones” y otras similares.
En estas gentes sólo el dinero cuenta. No tienen auto-respeto, carecen
de dignidad, ni siquiera entiende lo que es una vida libre y autodeterminada.
Si hay dinero de por medio, si el empresario paga bien, éste es el mejor de los
mundo, si paga mal, entonces amenazan con no se sabe bien qué apocalipsis,
ellos que no tienen ya ánimos ni para matar una mosca.
Las luchas salariales, cuando están fuera de una estrategia revolucionaria
y, además, se convierten en la tarea principal, o incluso única, son
reaccionarias. Refuerzan el mundo de lo mercantil, magnifican el dinero y
dinamizan al capitalismo, al estimularle a elevarse a formas más eficientes de
explotación de la mano de obra, con uso de sistemas tecnológicos crecientemente
perfeccionados y, por ello más y más letales para la esencia concreta humana y
la condición obrera.
Las
reivindicaciones salariales ajenas del contexto de una estrategia
revolucionaria son, por tanto, una forma como otra cualquiera de competencia
capitalista, similar a las que libran los empresarios entre sí. No tienen nada
de anticapitalista sin comillas, pues a través de ellas el capitalismo se
perfecciona paso a paso. En ellas no está “la revolución social” sino la más
ramplona y grosera reacción.
Hemos dicho “estrategia revolucionaria” y, ¿cuál puede ser ésta? Pues
precisamente poner fin al salariado para realizar el trabajo libre, terminar
con la auto-venta de la mano de obra, hacer que la libertad civil impere en la
unidad productiva, derrocar la tiranía horrorosa del empleador, del empresario
y sus sayones, en el centro de trabajo, fábrica u oficina, para convertirlo en
un espacio de concordia y hermandad, al no haber más que trabajadoras y
trabajadores libremente asociados, una vez expropiados los explotadores.
La meta no son los altos salarios, no es el consumo, no es venderse por
más dinero. Es vivir con libertad, dominando la totalidad de las condiciones de
la propia existencia, las del acto productivo, laboral, creados de las
condiciones materiales de la existencia, en primer lugar.
El trabajo asalariado, sobre todo el que está mejor pagado, es un
atentado a la esencia concreta humana, o dicho más llanamente: no se puede ser
persona en todo el sentido grande y magnífico que tiene esa palabra si se
padece el régimen salarial.
Éste,
en el asalariado y en la asalariada, destruye la inteligencia, tritura el
sentido moral, anula las facultades relacionales, devasta la sensibilidad,
refuerza hasta límites pasmosos el egoísmo, aniquila el libre albedrio y arrasa
el sentido de la propia dignidad. Convierte a la persona en un bruto, en una
devastada criatura que obedece órdenes ilegítimas, que soporta humillaciones
sin cuento, que ha de hacer delegación de todo lo que tiene de mejor en unos
sujetos feroces y zafios, los jefes y jefecillos, que someten a la gente
asalariada a sus demasías, chulerías, atrocidades, incompetencias, sadismos y
vandalismos.
Hay pues que hacer la revolución social-integral poniendo fin al trabajo
asalariado.
Pero, ¿quién preconiza hoy el fin del trabajo asalariado, la liberación de esa
maldición, de ese horror, de esa pesadilla? Pues casi nadie. Nuestra patética “radicalidad”,
socialdemócrata a la manera de Chomsky, está perpetuamente concentrada en
“luchas” por más dinero, ahora contra los recortes, ayer por mayores salarios,
nunca por liquidar de una vez y para siempre el trabajo a cambio de un salario.
El libro que mejor, quizá, denuncia la perfidia ilimitada del régimen
salarial es “Trabajo y capital monopolista. La degradación del trabajo en el
siglo XX”, de Harry Braverman. Demuestra con testimonios tan dramáticos
como irrefutables que el capitalismo es incompatible con lo humano, en
particular el capitalismo que se sirve de la tecnología a gran escala y que
organiza “científicamente” la producción. De tales “maravillas” salen seres
subhumanos, desventuradas criaturas que en el acto productivo, impuesto y
forzado, pierden lo que tienen de más magnifico, su condición de seres humanos.
Braverman
nos viene a decir que no hay sociedad humana, ni sociedad ética, ni sociedad a
secas sin liquidar el régimen salarial, y que éste es tanto más atroz e
intolerable cuanto más altos salarios paga…
Sin poner fin al salariado es imposible regenerar la sociedad y
rehumanizar al individuo. El eticismo, o el culturalismo, y también el
politicismo, de algunas autores yerran por cuanto hay un problema estructural
previo y básico, la adquisición de la libertad civil en el acto de trabajar, la
realización de la producción a través de los procedimientos de la autogestión,
con el trabajo libre asociado.
Otro libro magnífico en la denuncia es “La condición obrera” de
Simone Weil. Llega exactamente a las mismas condiciones que Braverman. Es
escandaloso que mientras Simone explica que la
producción fabril asalariada y maquinizada tiene como meta destruir al ser
humano, EL FEMINISMO MACHISTA DEFIENDA QUE ESA MISMA PRODUCCIÓN, QUE AQUELLA
MUJER MARAVILLOSA Y MODÉLICA PRESENTA COMO EL INFIERNO REALIZADO, SEA EXCELENTE
PARA “LIBERAR” A LAS MUJERES…
Ahí nos topamos de nuevo con lo que es el feminismo, un modo de destruir
a las mujeres en beneficio de la clase capitalista, que está entusiasmada con
esa apología del capital. Como dice una querida amiga, mientras los
hombres sólo están obligados a sufrir y soportar el régimen salarial a las
mujeres se las obliga (lo hace el feminismo) además a venerarlo y amarlo,
devastándolas por partida doble… Ahora se entiende por qué
aquél es promovido, hiper-financiado, por la gran empresa capitalista.
Tenemos que poner fin a la grosera mentalidad socialdemócrata que llama
“anticapitalismo” a exigir más altos salarios, más dinero, más consumo, más
deshumanización por tanto, para crear un gran movimiento de denuncia del
salariado en sí y por sí, especialmente del que sufren y padecen las mujeres
trabajadoras, para abrir camina a una lucha por una sociedad en que las
personas sean lo que parecen, a saber, seres humanos.
Para ello tenemos que alcanzar un pacto por la revolución, cuyo fundamento ha
de ser el acuerdo compartido de que seguiremos adelante hasta poner fin al
capitalismo, al salariado, conquistando la libertad en el acto de trabajar, que
es la precondición de una sociedad libre, de seres humanos, de mujeres
plenamente realizadas, de hombres liberados de las lacras del nuevo régimen
neo-servil, el salariado contemporáneo.
El feminismo misógino y
exterminacionista, que no para de perorar contra la “violencia de género” en el
hogar y sólo en el hogar, “olvida” que donde hoy las mujeres son vejadas,
violentadas y violadas en masa, por los jefecillos varones y por las jefecillas
lesbianas, es en las empresas capitalistas. Mientras por la calle circulan
historias terribles de violaciones masivas en las empresas, ese feminismo,
siempre muy hábil en evitar lo que le afecte al propio negocio, servir con el
fanatismo neonazi que le caracteriza a la clase empresarial, al parecer no se
entera de nada.
FUISTE A LA UNIVERSIDAD Y
ESTÁS DECEPCIONADO: BIENVENIDO AL CLUB
Ni
aprendiste tanto ni te ha preparado para el mundo laboral. ¿De quién es la
culpa?
Cuando fuiste a la universidad, no sabías que
pedías casi un imposible: que se cumpliera la mitad de la mitad de lo que te
habían prometido los centros de educación superior, los medios y la sociedad
durante años de campañas de marketing y periodismo happy. Formabas parte
de la generación mejor preparada y sabías que igual no llegarías a ser un líder
como decían, pero tampoco creías que la palabra «líder» en aquellos anuncios
significase, en realidad, «precario», «temporal» o «carne de cañón».
Parece inevitable recordar las palabras con las que
Orwell describía en 1984 el eslogan de un partido político ficticio: «Guerra es paz,
libertad es esclavitud, ignorancia es fuerza». Toda tu vida hasta los 23 ó 24 años, mientras te
sacabas el Advanced en inglés y obtenías el nivel B-1 de francés, alemán o
italiano para marcar la diferencia, te habían hablado en una lengua que creías
que era la tuya y que, ciertamente, era la de otros. No podía ser más ajena.
Sabías todos los idiomas menos el que tenías que saber. La neolengua, mentirosa como la del eslogan
de Orwell, iba a sellar tu futuro.
A los cantos
de sirena que escuchabas en casa (¡Orgullo de abuela! ¡Ya son dos generaciones
de universitarios en la familia!) se sumaban unos lemas ubicuos sobre los
divertidos y excéntricos protagonistas de una revolución fabulosa (¡La clase
creativa! ¡Los visionarios de la economía del conocimiento! ¡Funky business!).
No puedes negar que, a veces, se dibujaba una sonrisa condescendiente y algo
culpable en tu rostro cuando mirabas a
tantas generaciones anteriores que habían tenido que arrastrar, como Sísifo, la
piedra inmensa y gris de un trabajo aburrido y que no les gustaba colina
arriba, colina abajo. Pobre gente. No
les pagaban por pensar y a ti te pagarían por crear y viajar por el mundo (jajajajaja).
Habían nacido en la época y el lugar equivocados.
¡No como tú, querido líder!
Pero, MALAS NOTICIAS, sí eran como tú, aunque el
día que elegiste carrera y universidad ni siquiera lo sospechases. Creías que iban a
formarte para el mercado laboral, que habría buenas prácticas y oportunidades
profesionales después de años de codos y exámenes (también de fiestas y Orgasmus
enloquecidos), que los profesores estarían volcados en enseñarte y los
seleccionarían por su capacidad para hacerlo, que tus compañeros de estudios se
lo tomarían en serio y te motivarían a seguir su ejemplo (os motivaríais
entre todos) y que los que se licenciasen más o menos bien acabarían viviendo
mejor que sus padres.
Entonces, durante los primeros años de vida
laboral, volviste la vista atrás, a la universidad, y dijiste: me has
decepcionado, me has engañado, no has cumplido tus promesas. Eras un caminante
sin camino, eras un vagabundo del conocimiento (pedirías, al menos, la limosna
de una beca con educación, con una pizca de vergüenza, llevando corbata) y
aquella casa del saber, pensabas, no era más que
la vivienda de protección oficial DE LA IGNORANCIA Y UNA FÁBRICA EN SERIE DE
PARADOS.
Es verdad que, en la intimidad de
tu conciencia, intentabas ser más justo: habías aprendido cosas, habías
conocido a buenos e interesantes amigos y ahora, hablando en plata (en la de
los salarios y la estabilidad, digo), te encontrabas varios escalones por
encima de los que no se habían licenciado. La explosión y posterior hundimiento de los
trabajos no calificados de la construcción eran la prueba de que no te habías
equivocado. En la precariedad, como en todo, hay
clases y, BUENAS NOTICIAS, tú estarías arriba.
Respuestas locas a situaciones locas
¿Pero era realmente la universidad la única
culpable de no te hubieses convertido en el trabajador que esperabas? Cuando te
miras en el espejo, tu imagen te devuelve un abrasivo signo de interrogación.
Estos años han arrancado la condescendencia de tu sonrisa. No te preocupes: nos
la han arrancado a todos. Quizás nunca deberíamos haberla tenido. Igual es que
éramos (somos voluntariamente y neciamente) estúpidos.
LA MASIFICACIÓN DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR –que no
existan ni remotamente suficientes puestos calificados para integrar en ellos a
las decenas de miles de alumnos que salen al mercado todos los años– no es solo
responsabilidad de la universidad, que por supuesto quiere ganar más dinero con
las matrículas, sino de una sociedad que está convencida de que los
jóvenes que no reciban una educación superior, están condenados a aterradoras
condiciones laborales, a ser víctimas de la automatización o de la mano de obra
esclava de los países emergentes y a vivir, simple y llanamente, peor que sus
padres (o si bien te va repetirás y/o estarás condenado a tomar el lugar en el
centro de trabajo donde labora tu madre o tu padre)
Es fácil el diagnóstico: hay que redimensionar el
tamaño de la oferta académica y ajustarla a la realidad del mercado que los
alumnos se van a encontrar. El tratamiento es lo difícil: cerrar facultades y
universidades, despedir a cientos de académicos, a veces con muchísima ilusión
y talento, negarle la universidad a tu hijo si no da el perfil o que tú asumas
que tus compañeros del colegio pueden ir a la Complutense o la Autónoma de
Barcelona y tú no. Sabes que, con
los valores actuales, eres peor que ellos y que tu futuro también lo será.
Estás condenado.
Andre Spicer, profesor de la escuela de negocios
Cass en Londes, escribió recientemente en
The Guardian que
estaba harto de ver a universitarios que se estrellaban contra el mito de una
economía del conocimiento, que demandaba supuestamente cada vez más
profesionales calificados. Aportaba unas cifras que podrían ser, más o menos,
las de España: sólo el 20% de los trabajos en Estados Unidos en 2010 exigía un
título universitario y los números iban en descenso.
En estas circunstancias, y de un modo aparentemente
absurdo, el 40% de los jóvenes había decidido sacarse una licenciatura y los
precios de las matrículas se habían multiplicado por cinco desde mediados de
los ochenta. El acelerón ha continuado en los últimos años en Estados Unidos…
exactamente cuando los títulos cuestan más y
valen menos… y cuando las quiebras de los estudiantes que no pueden
devolver los créditos se
multiplican en
consecuencia.
Pero aquello no era absurdo. Las premisas, allí y
en España, estaban claras, grabadas a fuego en nuestros corazones de
estudiantes y padres: primera, nadie quiere ser peor o más tonto que los demás
o ni estar condenado a sufrir una vida de inestabilidad y angustia desde los 18
años; segunda, si hay trabajos calificados y bien pagados, yo compraré la
lotería para que me toque uno; tercera, si compito por un trabajo poco calificado
(el de un administrativo, por ejemplo), tendré más posibilidades de conseguirlo
que el que no haya ido a la universidad. (competir
y ganar, no importan los medios es lo único que te enseñaron).
Por desgracia para los estudiantes, parte del boom
de universitarios ha coincidido desde los noventa con sucesivas oleadas de
reformas laborales mal diseñadas, y ahora con unos índices de paro altísimos,
que han socavado sus salarios y su seguridad.
Sufren, por eso mismo, la triple maldición que pretendían conjurar yendo
a la universidad. Sus empleos están mal pagados, muchas veces
son temporales y en demasiadas ocasiones los fuerzan a dedicarse o bien a algo
que no tiene nada que ver con lo que estudiaron o bien a un trabajo que apenas
exige calificación. ¿Cómo no iba a pensar de este modo el 37% de los
trabajadores británicos que sus puestos no aportaban nada a la sociedad?¿Cómo
no iban a llegar a la conclusión en Reino Unido o en España de que las
universidades y la sociedad los habían estafado?
¡Echadle gasolina!
Porque es cierto que la universidad no tenía la
culpa de todo, pero sí la responsabilidad de agravar el fuego –más gasolina,
profesor– que otras circunstancias habían desatado con lanzallamas. Ni
programas ni materias, tampoco la forma de impartirlas, se ajustaban a las
necesidades del estudiante o a la realidad laboral que abrazaría al salir del
aula. La promoción de los profesores tenía que ver casi nada con la
satisfacción del alumno o el currículum del candidato y casi todo con la
satisfacción del jefe de departamento.
Por si fuera poco, muchos centros de educación
superior intentaban cerrar la puerta a los competidores que pudieran ofrecer un
servicio mejor que el suyo y eso, y su escasa voluntad y conocimiento del
mercado extrauniversitario, los llevaba a tardar años en adaptarse a las nuevas
realidades de empresas, sí, pero también del sector sin ánimo de lucro. Hay historias de terror sobre
alumnos de Comunicación Audiovisual que hacen prácticas ahora mismo en una
universidad madrileña con vídeos VHS. Además, los estudiantes no tenían manera
de elegir como es debido el lugar donde querían intentar estudiar: no había
datos fiables de empleabilidad, de los sectores de destino de los antiguos
alumnos, de su grado de satisfacción o del grado de satisfacción de los empleadores
con su formación.
En un contexto de ira y frustración como éste, no
es extraño que cada vez sean más los expertos que consideran que la universidad es una institución irrelevante
y que,
sencillamente, sólo sirve para adquirir una base teórica, un buen número de
amigos de los que también se aprende y unos años de diversión que, a
diferencia de Estados Unidos, no terminan con la suspensión de pagos de los
alumnos. Es tragedia y comedia aprobar todas las asignaturas para acabar
suspendiendo pagos.
La decepción con la educación superior parece
masiva. De eso no hay duda. Por ahora, gana abrumadoramente el campo que
defiende reformarla frente al que apuesta por abolirla, reemplazarla o enviarla
a la marginalidad como empiezan a sugerir algunos en
Silicon Valley. TODAVÍA GRAN PARTE DE LA SOCIEDAD –TÚ MISMO, NO TE
ESCONDAS– SIGUE PENSANDO QUE SUS HIJOS VIVIRÁN MEJOR Y SUFRIRÁN MENOS SI SON
LICENCIADOS (BUEN CHISTE AJAJAJAJA)
Recapitulamos: estás frustrado con la universidad,
pero no te arrepientes ni por un segundo de tener un título universitario y
harás todo lo posible para que tus hijos consigan el suyo. Exagerarás las
posibilidades de sus licenciaturas para que las estudien y ellos, cuando
descubran lo ocurrido, se frustrarán y seguramente harán lo mismo con tus
nietos. Esto es lo que llamaba Orwell doblepensar. Dame el número de tu
psiquiatra. Yo te daré el del mío.
ESTADO, CAPITALISMO, SOCIEDAD Y
CONCIENCIA.
La integración del
trabajador al trabajo asalariado por el sistema capitalista se tuvo que hacer
mediante una institución en apariencia neutra y nueva creada por la burguesía
(miembros del antiguo Estado más la nueva burguesía). El Estado moderno fue la herramienta que utilizó la burguesía para
implementar la industrialización en las ciudades concentrando y absorbiendo de
esta forma la masa de trabajadores que estaba dispersa en poblaciones rurales, las
migraciones de las áreas rurales a las ciudades consolidó
los tentáculos de poder del Estado para que la burguesía pudiera controlar
todos los procesos que se daban en el ámbito político, económico y social, de esta forma con la revolución industrial y posteriormente
tecnológica se pudo implementar un nuevo estado social de derecho fiscalizado
por una élite incrustada en las instituciones del Estado (ejército,
policía, poder judicial, la parte paternal según Bourdieu y la parte maternal,
sanidad, educación y servicios sociales) que servía y servirá a la burguesía
como clase dominante.
El fin del Estado
moderno como ente en apariencia público es consolidar el Capitalismo como
sistema social y económico, el engaño se hace por partida doble al ser el
Estado moderno hijo del Capitalismo y éste heredero de aquel en su versión
antigua, las dos caras de una misma moneda que se confunden por el monopolio de
la propaganda que ejerce el Poder, es decir, el Estado capitalista.
La
sociedad capitalista ha forjado individuos que sirven al capital, el culto al
dinero y a la mercancía es la cualidad de los sujetos que se convierten en
objetos de intercambio en el Capitalismo por su cantidad en la integración del
sistema de dominación que reproducen, consolidan y perpetúan las leyes y normas
que dictan sus dirigentes.
LA
PERCEPCIÓN DEL SISTEMA DE DOMINACIÓN POR PARTE DEL INDIVIDUO Y DE LA SOCIEDAD
ES MENOR CUANDO CIRCULA MÁS DINERO POR AQUEL, (la opulencia y las comodidades anestesian en gran medida los
sentidos) haciéndose de esta forma cada
vez más fuerte la dependencia del súbdito al sistema de dominación capitalista, esperando una mejora en su nivel de vida material que le proporcione
una perspectiva de desarrollo personal y a la vez de sensación de independencia
y dignificación (pero no verdaderamente autónoma) dirigida desde el Poder y
consensuada por la mayoría de la sociedad.
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Tanto Dios
(creador) como Satán (destructor) representan las dos caras de una misma moneda
que pueden reencarnarse en el individuo en cualquier momento, el Ego es la
parte negativa y separada, y el Amor es la parte positiva o conectada con el
resto de la humanidad.
La Conciencia
cósmica es la red que tendría que unir a los individuos, sin embargo, aún no la
podemos reconocer o percibir del todo y queda eclipsada por el Ego que través del pensamiento tiende a fragmentar al individuo cada vez más en partes pequeñas por la propaganda que emite y
ejerce el Poder como monopolizador de la misma, en tanto que el individuo no se reconozca como tal, es decir, como
hombre o mujer, único e indivisible, diferente pero no separado de sus
semejantes, no podrá reconocer tampoco la Conciencia cósmica que une a todos
los individuos que conforman el colectivo humano.
La
primera condición para ser libres es rechazar la voluntad de poder, es decir,
la de someter, condicionar o dirigir a nuestros semejantes.
La condena de la
humanidad es la permanente y constante lucha por la supervivencia.
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