Lo Bueno es Malo - Good is Evil . Que no haya competencia... EL DOBLE PENSAR. 5.22 minutos imperdibles
A Través de Estos Ojos Descreídos
La Cadena de Obediencia.
Levanta tu mirada. NO uses más el celular.
A Través de Estos Ojos Descreídos
La Cadena de Obediencia.
Levanta tu mirada. NO uses más el celular.
Marmotas en el Bar - Nación es un Estado y un Invento Militar
CRANEO - ESCUPE TU BANDERA
La enfermedad del patriotismo.
Natural es todo aquello que inventaron los hombres y las
mujeres antes que naciésemos nosotros; toda mentira que no cuestionamos es
necesariamente una verdad. Una mentira útil nunca sirve al engañado sino al que
engaña. Una mentira útil, un instrumento de la perversión inhumana es el
patriotismo.
Por todos lados vemos inflamados discursos patrióticos, actos públicos,
guerras y matanzas, ofensas y contraofensas, ceremonias de honor y ritos
solemnes impulsados por esa orgullosa y arbitraria discriminación que se llama
patriotismo. Claro, no se pueden montar discursos en nombre de los intereses de
una clase social, ya que la tradición no es suficiente para sostener un
concepto moralmente insignificante y generalmente negativo, como lo es el
concepto de «interés». Por lo tanto, se apela a un concepto de larga y bien
construida tradición positiva: el patriotismo.
Con ello, se niega la división interna de la sociedad afirmando la
división externa. La división interna —de clases, de intereses— no desaparece,
pero se vuelve invisible y, a la larga, se consolida con la sangre del patriota
que no pertenece al reducido círculo de los intereses que la promueven.
El sentimiento patriótico es pasivo y activo, es impulsado por los
ritos, por los discursos y por las ceremonias. Pero también es el motor de
todas ellas. El patriotismo es la conciencia egoísta de la tribu que le impide
la evolución a un estado de conciencia universal: la conciencia humana. El
patriotismo es uno de los mitos más consolidados desde los últimos siglos. Por
naturaleza, el patriotismo no sólo es la confirmación casi inocente de la
pérdida de individualidad en beneficio de un símbolo artificial, creado por la
milenaria tendencia humana del dominio de una tribu sobre las otras.
Ahora bien, podemos decir que un país puede ser una región cultural más
o menos definida —y siempre imprecisa—; que la idea de país tiene ventajas en
la organización administrativa de la vida pública. De acuerdo. Pero el
reclamado sentimiento patriótico, mezcla de fanatismo religioso y utilidad
secular, antes que nada es la negación de todos los pueblos que no incluyen al
patriota.
Si soy nacionalista, si soy patriota, estoy dando prioridad moral a un
conjunto de hombres y mujeres desconocidas (mis compatriotas) sobre un conjunto
más amplio de desconocidos (la humanidad). Puedo beneficiar a mi familia, a mi
ciudad, a mi país en alguna decisión propia. De hecho siempre tendremos
tendencia a beneficiar a nuestra familia antes que a la familia del vecino.
Pero puedo hacerlo de forma consciente y no valiéndome de una mentira para
justificar cualquier acto delictivo de alguno de los integrantes de mi círculo
afectivo más próximo.
Y el patriotismo es precisamente eso: una condición de irreflexividad.
Para ser patriota debo aceptar cierto grado de acrítica —a veces mínimo, a
veces obsceno—, pero ese grado, por mínimo que sea, es todo lo que tiene de
patriota un individuo. Todo lo demás es lo que tiene de individuo. Esto no
niega que alguien pueda sentir «amor» por un lugar concreto, por un país, y que
pueda dar la vida en su defensa. Un sentimiento de amor es irrefutable. Pero
este «entregar la vida por amor» no significa que la motivación de los hechos no
esté motivada en un error, en un engaño.
El amor es irrefutable, pero lo que hace el amor sí puede serlo. Y para
que ese amor se identifique con la motivación errónea en necesario, además, un
fuerte sentimiento patriótico. Para que ese amor nos lleve a la muerte sin el
paso previo de una profunda reflexión moral es necesario un código
incuestionable, una condición de fanatismo, el anestésico de un rito religioso,
el patriotismo. De esta forma, la estrategia más efectiva del patriotismo consiste en
identificarse —entre otras cosas— con el amor, es decir, con el altruismo,
siendo que su objetivo es, paradójicamente, egoísta. Es decir, en nombre del
altruismo, el egoísmo; en nombre de la unión, la discriminación.
No podemos negarlo. Todo patriotismo significa una discriminación, un
crédito que extendemos a quienes comparten nuestra nacionalidad y se lo negamos
a quienes no la comparten. Ahora, ¿por qué este crédito? Este crédito moral
sólo puede tener una función profiláctica, pretende evitar la crítica y el cuestionamiento
a quienes poseen el beneficio, la alianza interior. Pero es un crédito injusto,
inhumano, discriminatorio, arbitrario.
La reflexión es cuestionamiento, el cuestionamiento es duda, y la duda
siempre es un estorbo para los intereses ajenos. Un soldado que piense gasta
inútilmente sus energías mentales. Si acaso se niega a ir a una guerra que
considera injusta, recibirá todo el peso de la ley, la cárcel, y la lapidaria
deshonra de «traidor a la patria». Lo que demuestra, una vez más, que sólo un reducido
grupo —con intereses y con poder— puede administrar el significado de lo que es
y no es «patriota». Es decir, patriota es alguien que no cuestiona, que no
critica. El patriota ideal no piensa.
Yo me reconozco como uruguayo. Reconozco una vaga región cultural
llamada Uruguay. Pero de ninguna manera soy patriota. Me niego a ser patriota
como me niego a responder a una raza —otra histórica arbitrariedad de la
ignorancia humana—. Me niego a inyectarme ese sentimiento militarista. Ser
patriota es confirmar la arbitrariedad de haber nacido en un lugar cualquiera
de este mundo, negando el mismo derecho que merece un africano o un asiático de
merecer mi más profundo respeto, mi más firma defensa como ser humano. Desde
niños, las instituciones sociales nos imponen ese sentimiento.
Hace varios años uno de mis personajes, en el momento de jurar «dar la
vida por su bandera» en su tierna infancia, gritó «no juro», alegando que ese
juramento era inválido e inútil, que gracias a ese juramento los asesinos y
corruptos podían recibir sus credenciales de ciudadanía igual que cualquier
honesto trabajador. Etc.
Estoy de acuerdo con mi propio personaje. ¿Por qué debo amar a un
desconocido compatriota más que a un desconocido australiano o más que a un
desconocido portugués? ¿Por qué habría de entregar mi vida por una región del
mundo en desmedro de otra? ¿Por qué el Uruguay habría de ser más sagrado que el
Congo o Singapur? ¿Por qué debo considerar a mis compatriotas más hermanos que
un argelino o un mexicano? Sí, me siento culturalmente más próximo a otro
uruguayo, compartimos una historia, una forma de sentir el mundo, de hablar, de
comer. Pero eso no le da prioridad a ningún compatriota mío a ser considerado
más ser humano que cualquier otro.
Por todo eso, y por mucho más, no soy patriota. Seré patriota el día
que se reconozca como única patria a la humanidad —así, sin discriminaciones.
LA PATRIA ES UN INVENTO"
El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país, es un tarado mental. ¡La patria es un invento!
SIN PATRIAS NI FRONTERAS NI BANDERAS.
El fascismo tiene mil caras, una de ellas es el patriotismo!
NUESTRA TRISTE, CRUDA Y ABSURDA REALIDAD
Una
generación llena de máscaras, de simulación y de apariencias. No creemos que lo
real sea real, no sabemos en dónde estamos parados, quién es el que dice ser
nuestro amigo y lo que oculta detrás de quien dice ser. Todos estamos bajo
sospecha y como encubiertos, ocultamos en lo posible nuestra identidad.
Vivimos, en una época en la que todo es simulación. Simulamos estar felices a
través de las redes sociales, tener dinero con joyas y ropa que nos hagan lucir
mejor, simulamos amor y estabilidad con tal de que los otros sean testigos de
nuestro éxito.
Adoramos íconos que no se respaldan en ninguna realidad. Hemos creado un mundo lleno de símbolos de estatus a través de las series de televisión y películas. En la civilización del espectáculo, el intelectual sólo interesa si sigue el juego de moda y se vuelve un bufón. Nos convertimos en piezas de un juego de Monopoly, en el que, mientras tengamos más propiedades, nuestra felicidad aumenta. Somos los bluffers del juego de póquer perfecto, en el que, lo más importante, es conservar las apariencias.
La simulación ahora es real, hiperreal, aparentamos y ahora es imposible distinguir entre lo verdadero y lo falso. Lo real y lo imaginario se desdibujan, se convierten en uno mismo. El espectáculo se perfecciona y nos encontramos en un teatro interminable en el que el espectáculo se perfecciona. ¿Estaremos inmersos en un mundo en el que cada uno de nuestros movimientos son observados y nuestras conductas son falsas para encajar en un espectáculo del que no sabemos que somos parte?
Las drogas, las religiones, la alta cultura y el bienestar que experimentamos en las redes sociales, apaciguan las dudas y perplejidades sobre la condición humana, la vida, la muerte, el más allá, el sentido o sinsentido de la existencia. Somos calmos, creemos que protestando a través de las redes sociales, el mundo estará mejor. Un pulgar arriba o abajo puede significar repudio, agrado o simplemente, que estamos enterados y damos nuestro apoyo.
No existe un lenguaje exacto que nos haga expresar todo ese cúmulo de emociones que tenemos y que parece que, cada vez, en menor medida, nos ocupamos en demostrar a los demás. Para los grandes empresarios y monopolios, el mundo no se trata de sentimientos y emociones, pero para el resto del mundo, para la masa, los sentimientos son lo único que interesa. Lo que conecta, lo que da valor a un escrito, a una ilustración a lo que sea que se publique en el mundo virtual o “real”.
Vivimos atormentados por lo que ocurre en la vida y sin embargo, los héroes contemporáneos no existen en la realidad. Nuestros héroes no son aquellos activistas sociales y mucho menos los políticos que hacen lo correcto??. Nos hemos olvidado de los artistas revolucionarios y de los teóricos que miran nuestra realidad y la critican. Ahora, simplemente, vemos la televisión y aquel hombre que realiza los mejores trabajos publicitarios, el personaje que salva a la doncella en peligro, el hombre con ideales nobles que busca hacer el bien en un mundo que ni siquiera existe, son a los que queremos seguir, nuestros modelos aspiracionales; aquellos que si existieran, sin duda, apoyaríamos y daríamos la vida por ellos.
Las familias son un desastre y tal vez el más grande de todos nuestros problemas. la cultura se transmite a través de la familia y cuando esta institución deja de funcionar de manera adecuada el resultado es el deterioro de la cultura. Cada vez menos preparados, los padres no saben qué hacer. El mejor amigo de sus hijos es Internet y la televisión. El modelo educativo lo obtienen de las caricaturas y sus amigos.
Cada vez con menos regularidad las personas acuden a las bibliotecas porque, aseguran, todo lo encuentran en Google. Ya no es necesario siquiera hacer una búsqueda detallada y con fuentes confiables. Todo lo da Wikipedia, y nosotros, esclavos de la pereza, lo digerimos como si fuera una verdad absoluta que no vale la pena verificar.
Las parejas son más artificiales. En busca del placer inmediato, sin ningún tipo de compromiso ni comunicación. Parejas en las que lo que menos importa es lo verdaderamente fundamental: el amor libre sin posesión. El compromiso es cosa del pasado y siguiendo el modelo que nos venden los programas de televisión, nos dejamos llevar por lo inmediato. Por la recompensa de conocer amores fugaces y nunca la responsabilidad de un amor libre.
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