El mundo no nos pertenece. Si tiene un dueño que es tan estúpido como para quererlo tal como es, que se lo quede. Dejémosle contar ruinas en lugar de edificios, cementerios en lugar de ciudades, lodo en vez de ríos y fango infecto en vez de mares.
Nunca dejes de luchar¡¡
'feminicidio o auto-construcción de la mujer
PARA QUE AUMENTE EL CONOCIMIENTO DEBE EXISTIR EL DESACUERDO. Y ESTE PROGRESO DEL CONOCIMIENTO SE PRODUCE A PARTIR DE LA ENUNCIACIÓN DE TEORÍAS AUDACES Y SU CONTRASTACIÓN Y DISCUSIÓN CRÍTICA. PARA EL AVANCE Y EL AUMENTO EN LA PROFUNDIDAD DEL CONOCIMIENTO SE PRODUCE A TRAVÉS DE PROPONER IDEAS AUDACES Y TRATAR DE PROBARLAS, DE CONVERSACIONES, DE DISCUSIONES, EN LAS QUE LOS INTERLOCUTORES, DESDE PUNTOS OPUESTOS, VAN DEFINIENDO CONSTRUYENDO UNA FORMA DE INTERPRETAR SU ENTORNO.
CAPITALISMO
No es natural sentirse bien en un mundo enfermo, y lleno de injusticia
Lo Bueno es Malo - Good is Evil . Que no haya competencia... EL DOBLE PENSAR. 5.22 minutos imperdibles
A Través de Estos Ojos Descreídos
La Cadena de Obediencia.
Levanta tu mirada. NO uses más el celular.
Marmotas en el Bar - Nación es un Estado y un Invento Militar
CRANEO - ESCUPE TU BANDERA
La enfermedad
del patriotismo.
Natural es todo aquello que inventaron los hombres y las
mujeres antes que naciésemos nosotros; toda mentira que no cuestionamos es
necesariamente una verdad. Una mentira útil nunca sirve al engañado sino al que
engaña. Una mentira útil, un instrumento de la perversión inhumana es el
patriotismo.
Por todos lados vemos inflamados discursos patrióticos, actos públicos,
guerras y matanzas, ofensas y contraofensas, ceremonias de honor y ritos
solemnes impulsados por esa orgullosa y arbitraria discriminación que se llama
patriotismo. Claro, no se pueden montar discursos en nombre de los intereses de
una clase social, ya que la tradición no es suficiente para sostener un
concepto moralmente insignificante y generalmente negativo, como lo es el
concepto de «interés». Por lo tanto, se apela a un concepto de larga y bien
construida tradición positiva: el patriotismo.
Con ello, se niega la división interna de la sociedad afirmando la
división externa. La división interna —de clases, de intereses— no desaparece,
pero se vuelve invisible y, a la larga, se consolida con la sangre del patriota
que no pertenece al reducido círculo de los intereses que la promueven.
El patriota muere religiosamente por su patria. Su patria concede
medallas a sus padres, a sus hijos, y toda la seguridad a sus «intereses». Así,
morir es un honor. El honor no procede de una reflexión moral sino del discurso
patriótico, del rito, de los símbolos nacionales, de una virtual trascendencia
del individuo en la «salvación» de su patria. No voy a entrar ahora a analizar el significado de la trágica
sustitución de interés real por patriotismo interesado. Simplemente me bastará
con anotar que sólo la idea de «patriotismo» es insostenible, desde un punto de
vista humano, desde la conciencia de la especie a la que pertenecemos. Es más:
el patriotismo no sólo es insostenible para cualquier humanismo, sino que se lo
usa para destruir a una humanidad que busca, desesperadamente, su conciencia
universal.
El sentimiento patriótico es pasivo y activo, es impulsado por los
ritos, por los discursos y por las ceremonias. Pero también es el motor de
todas ellas. El patriotismo es la conciencia egoísta de la tribu que le impide
la evolución a un estado de conciencia universal: la conciencia humana. El
patriotismo es uno de los mitos más consolidados desde los últimos siglos. Por
naturaleza, el patriotismo no sólo es la confirmación casi inocente de la
pérdida de individualidad en beneficio de un símbolo artificial, creado por la
milenaria tendencia humana del dominio de una tribu sobre las otras.
Ahora bien, podemos decir que un país puede ser una región cultural más
o menos definida —y siempre imprecisa—; que la idea de país tiene ventajas en
la organización administrativa de la vida pública. De acuerdo. Pero el
reclamado sentimiento patriótico, mezcla de fanatismo religioso y utilidad
secular, antes que nada es la negación de todos los pueblos que no incluyen al
patriota.
Si soy nacionalista, si soy patriota, estoy dando prioridad moral a un
conjunto de hombres y mujeres desconocidas (mis compatriotas) sobre un conjunto
más amplio de desconocidos (la humanidad). Puedo beneficiar a mi familia, a mi
ciudad, a mi país en alguna decisión propia. De hecho siempre tendremos
tendencia a beneficiar a nuestra familia antes que a la familia del vecino.
Pero puedo hacerlo de forma consciente y no valiéndome de una mentira para
justificar cualquier acto delictivo de alguno de los integrantes de mi círculo
afectivo más próximo.
Y el patriotismo es precisamente eso: una condición de irreflexividad.
Para ser patriota debo aceptar cierto grado de acrítica —a veces mínimo, a
veces obsceno—, pero ese grado, por mínimo que sea, es todo lo que tiene de
patriota un individuo. Todo lo demás es lo que tiene de individuo. Esto no
niega que alguien pueda sentir «amor» por un lugar concreto, por un país, y que
pueda dar la vida en su defensa. Un sentimiento de amor es irrefutable. Pero
este «entregar la vida por amor» no significa que la motivación de los hechos no
esté motivada en un error, en un engaño.
El amor es irrefutable, pero lo que hace el amor sí puede serlo. Y para
que ese amor se identifique con la motivación errónea en necesario, además, un
fuerte sentimiento patriótico. Para que ese amor nos lleve a la muerte sin el
paso previo de una profunda reflexión moral es necesario un código
incuestionable, una condición de fanatismo, el anestésico de un rito religioso,
el patriotismo. De esta forma, la estrategia más efectiva del patriotismo consiste en
identificarse —entre otras cosas— con el amor, es decir, con el altruismo,
siendo que su objetivo es, paradójicamente, egoísta. Es decir, en nombre del
altruismo, el egoísmo; en nombre de la unión, la discriminación.
No podemos negarlo. Todo patriotismo significa una discriminación, un
crédito que extendemos a quienes comparten nuestra nacionalidad y se lo negamos
a quienes no la comparten. Ahora, ¿por qué este crédito? Este crédito moral
sólo puede tener una función profiláctica, pretende evitar la crítica y el cuestionamiento
a quienes poseen el beneficio, la alianza interior. Pero es un crédito injusto,
inhumano, discriminatorio, arbitrario.
La reflexión es cuestionamiento, el cuestionamiento es duda, y la duda
siempre es un estorbo para los intereses ajenos. Un soldado que piense gasta
inútilmente sus energías mentales. Si acaso se niega a ir a una guerra que
considera injusta, recibirá todo el peso de la ley, la cárcel, y la lapidaria
deshonra de «traidor a la patria». Lo que demuestra, una vez más, que sólo un reducido
grupo —con intereses y con poder— puede administrar el significado de lo que es
y no es «patriota». Es decir, patriota es alguien que no cuestiona, que no
critica. El patriota ideal no piensa.
Yo me reconozco como uruguayo. Reconozco una vaga región cultural
llamada Uruguay. Pero de ninguna manera soy patriota. Me niego a ser patriota
como me niego a responder a una raza —otra histórica arbitrariedad de la
ignorancia humana—. Me niego a inyectarme ese sentimiento militarista. Ser
patriota es confirmar la arbitrariedad de haber nacido en un lugar cualquiera
de este mundo, negando el mismo derecho que merece un africano o un asiático de
merecer mi más profundo respeto, mi más firma defensa como ser humano. Desde
niños, las instituciones sociales nos imponen ese sentimiento.
Hace varios años uno de mis personajes, en el momento de jurar «dar la
vida por su bandera» en su tierna infancia, gritó «no juro», alegando que ese
juramento era inválido e inútil, que gracias a ese juramento los asesinos y
corruptos podían recibir sus credenciales de ciudadanía igual que cualquier
honesto trabajador. Etc.
Estoy de acuerdo con mi propio personaje. ¿Por qué debo amar a un
desconocido compatriota más que a un desconocido australiano o más que a un
desconocido portugués? ¿Por qué habría de entregar mi vida por una región del
mundo en desmedro de otra? ¿Por qué el Uruguay habría de ser más sagrado que el
Congo o Singapur? ¿Por qué debo considerar a mis compatriotas más hermanos que
un argelino o un mexicano? Sí, me siento culturalmente más próximo a otro
uruguayo, compartimos una historia, una forma de sentir el mundo, de hablar, de
comer. Pero eso no le da prioridad a ningún compatriota mío a ser considerado
más ser humano que cualquier otro.
Por todo eso, y por mucho más, no soy patriota. Seré patriota el día
que se reconozca como única patria a la humanidad —así, sin discriminaciones.
LA PATRIA ES UN INVENTO" El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país, es un tarado mental. ¡La patria es un invento!
SIN PATRIAS NI FRONTERAS NI BANDERAS.
El fascismo tiene mil caras, una de ellas es el patriotismo!
NUESTRA TRISTE,
CRUDA Y ABSURDA REALIDAD
Una
generación llena de máscaras, de simulación y de apariencias. No creemos que lo
real sea real, no sabemos en dónde estamos parados, quién es el que dice ser
nuestro amigo y lo que oculta detrás de quien dice ser. Todos estamos bajo
sospecha y como encubiertos, ocultamos en lo posible nuestra identidad.
Vivimos, en una época en la que todo es simulación. Simulamos estar felices a
través de las redes sociales, tener dinero con joyas y ropa que nos hagan lucir
mejor, simulamos amor y estabilidad con tal de que los otros sean testigos de
nuestro éxito.
Adoramos íconos que no se respaldan en ninguna realidad. Hemos creado un mundo
lleno de símbolos de estatus a través de las series de televisión y películas.
En la civilización del espectáculo, el intelectual sólo interesa si sigue el
juego de moda y se vuelve un bufón. Nos convertimos en piezas de un juego de
Monopoly, en el que, mientras tengamos más propiedades, nuestra felicidad aumenta.
Somos los bluffers del juego de póquer perfecto, en el que, lo más
importante, es conservar las apariencias.
La simulación ahora es real, hiperreal, aparentamos y ahora es imposible
distinguir entre lo verdadero y lo falso. Lo real y lo imaginario se desdibujan,
se convierten en uno mismo. El espectáculo se perfecciona y nos encontramos en
un teatro interminable en el que el espectáculo se perfecciona. ¿Estaremos
inmersos en un mundo en el que cada uno de nuestros movimientos son observados
y nuestras conductas son falsas para encajar en un espectáculo del que no
sabemos que somos parte?
Las drogas, las religiones, la alta cultura y el bienestar que experimentamos
en las redes sociales, apaciguan las dudas y perplejidades sobre la condición
humana, la vida, la muerte, el más allá, el sentido o sinsentido de la
existencia. Somos calmos, creemos que protestando a través de las redes
sociales, el mundo estará mejor. Un pulgar arriba o abajo puede significar
repudio, agrado o simplemente, que estamos enterados y damos nuestro apoyo.
No existe un lenguaje exacto que nos haga expresar todo ese cúmulo de emociones
que tenemos y que parece que, cada vez, en menor medida, nos ocupamos en
demostrar a los demás. Para los grandes empresarios y monopolios, el mundo no
se trata de sentimientos y emociones, pero para el resto del mundo, para la
masa, los sentimientos son lo único que interesa. Lo que conecta, lo que da
valor a un escrito, a una ilustración a lo que sea que se publique en el mundo
virtual o “real”.
Vivimos atormentados por lo que ocurre en la vida y sin embargo, los héroes
contemporáneos no existen en la realidad. Nuestros héroes no son aquellos
activistas sociales y mucho menos los políticos que hacen lo correcto??. Nos
hemos olvidado de los artistas revolucionarios y de los teóricos que miran
nuestra realidad y la critican. Ahora, simplemente, vemos la televisión y aquel
hombre que realiza los mejores trabajos publicitarios, el personaje que salva a
la doncella en peligro, el hombre con ideales nobles que busca hacer el bien en
un mundo que ni siquiera existe, son a los que queremos seguir, nuestros
modelos aspiracionales; aquellos que si existieran, sin duda, apoyaríamos y
daríamos la vida por ellos.
Las familias son un desastre y tal vez el más grande de todos nuestros
problemas. la cultura se transmite a través de la familia y cuando esta
institución deja de funcionar de manera adecuada el resultado es el deterioro
de la cultura. Cada vez menos preparados, los padres no saben qué hacer. El mejor
amigo de sus hijos es Internet y la televisión. El modelo educativo lo obtienen
de las caricaturas y sus amigos.
Cada vez con menos regularidad las personas acuden a las bibliotecas porque,
aseguran, todo lo encuentran en Google. Ya no es necesario siquiera hacer una
búsqueda detallada y con fuentes confiables. Todo lo da Wikipedia, y nosotros,
esclavos de la pereza, lo digerimos como si fuera una verdad absoluta que no
vale la pena verificar.
Las parejas son más artificiales. En busca del placer inmediato, sin ningún
tipo de compromiso ni comunicación. Parejas en las que lo que menos importa es
lo verdaderamente fundamental: el amor libre sin posesión. El compromiso es cosa del
pasado y siguiendo el modelo que nos venden los programas de televisión, nos
dejamos llevar por lo inmediato. Por la recompensa de conocer amores fugaces y
nunca la responsabilidad de un amor libre.
I.R.A. - PUNK SUCIO PLAN
sábado, 20 de febrero de 2016
la decadencia humana
COMIC PUTA GUERRALos autores han conseguido un acercamiento histórico contundente, escrupulosamente documentado (se incluye una extensa cronología con imágenes de la época), ameno (no estamos frente a un texto universitario de esos que nunca acaban) y, lo que más nos interesa desde esta publicación, un alegato irreprochable contra la estupidez bélica y el poder que la usa para perpetuarse. Texto e imágenes caminan paralelos, moviendo resortes en las tripas del lector que otros recursos como los documentales y ensayos, a los que estamos más acostumbrados, quizás ni intuyan. Tras los efectos reales de los gases, las balas y las bombas que dibuja Tardi, están agazapadas las motivaciones reales de aquella pesadilla, la certeza de que para los que gobiernan el mundo, las vidas de los de abajo no valen nada.
Cuando cierras un cómic y te entran ganas de orinar en una bandera, es que todas esas páginas impresas y cosidas merecen la pena de principio a fin.
DIAZ NO LIEMPES ESTA SANGREes una película sobre los acontecimientos ocurridos en Génova durante la conferencia del G8, en el año 2001, que se blindó para recibir a los mandatarios de las potencias mundiales. Un grupo de activistas, la mayoría estudiantes, se encerraron en la escuela Díaz y fueron desalojados brutalmente por la policía. Según denunció Amnistía Internacional, durante esos días aconteció en la ciudad la suspensión más grave de derechos humanos en un país occidental desde la II Guerra Mundial.
MENTES ACRATAS: DOLOR Y RABIA (AYOTZINAPA) BANDAS SOLIDARIAS: Mentes Acratas,MC Baio, Reka Doble Equis, Estigma, Verbal Torrante, Voces Clandestinas, Dj AmicFreee.
DECADENCIA HUMANA
El
mundo contemporáneo es un atisbo de la realidad, una visión mediada por los
demás, llena de apariencia, de falacias, de incertidumbres, de irrealidades.
Nos encontramos ante una sociedad con miedo, con cámaras por doquier
y nada de descanso. Vivimos con la falsa necesidad de tenerlo todo al instante,
de comprar lo último en la moda, de mostrar nuestros momentos más
sentimentales en las redes sociales; aparentamos y nos vemos felices,
queremos consuelo y simulamos tristeza y así todos parecen creerlo.
Vivimos con marcas comerciales por todo el cuerpo que parecen estar tatuadas en
cada centímetro de nuestra piel. Deseamos pertenecer y ser distintos al mismo
tiempo y las empresas lo saben. Queremos mostrar la belleza de nuestro cuerpo
adornándolo con los más bellos collares o atuendos que específicamente sean de
una marca. Criticamos a los demás y vivimos felices bajo esa rutina, porque
alguien prueba su estatus y clase social a través de las redes sociales,
compran un nuevo objeto que todos desean y lo único que hacen es subirlo a
Facebook, aunque nunca en su vida lo ocupen.
Vivimos en una realidad irreal, parecida a la de las distopías ficticias a las
que esperamos nunca llegar. Las mujeres más hermosas y jóvenes se fijan en
hombres mayores, horribles y con mucho dinero para obtener lo que anhelan.
Queda de lado la felicidad real, el bienestar emocional, porque las emociones
ahora se centran en la apariencia, en mostrar lo que no somos y querer lo que
no tenemos, porque el anhelo a lo prohibido nos mueve y nos hace girar ante el
mundo que piensa igual que nosotros.
Todos formados, con una marca en el pecho que dice “consumo” nos dirigimos a la
inevitable incertidumbre de no pertenecer, de ser excluidos si no tenemos las
ventajas de encajar. El mundo está prefabricado; la comida es enlatada, la
ropa, los programas de televisión y nuestra visión del mundo es como los
gobiernos la imaginaron, como los políticos quieren, como el sistema manda que
debe ser.
No vivimos para cuidar a otro ser, a la naturaleza o a los animales, vivimos
para cuidarnos, para enriquecernos, para lograr el poder absoluto que nos haga
más fuertes que al resto. Los recursos que tenemos se acaban lentamente pero
nos cuesta trabajo entender esta premisa. Buscamos el placer inmediato, nos
volvemos una sociedad con la cultura del placer inmediato, del lujo eterno, de
las pasiones efímeras.
La tecnología nos encadena, nos dedicamos a ser más populares en un mundo
virtual, nos divertimos sólo en la apariencia. Mientras el mundo se diversifica
y cambia afuera, por dentro todo permanece bello, triunfan los estándares de
belleza que impone Photoshop, los lugares más hermosos que vemos en Swarm, las
fotografías de los paisajes en Instagram o los artículos lujosos que nos
encantaría tener de Pinterest. Nos creemos cultos e informados porque scroleamos sin criterio Twitter y
vemos lo que los medios, nuestros amigos y gente famosa escribe o hace.
Queremos ser como ellos y repetir el estereotipo gastado de hipsters, hippies,
anarquistas o metrosexuales.
Nos parece cada vez más normal la industria sexual, la que domina al mercado y
se incrusta en todos los medios de comunicación. Buscamos ver más curvas, más
sexo, más penes, vaginas y pechos. Banalizamos las relaciones, nos da lo mismo
tener sexo con alguien conocido o desconocido, hacemos citas a través de
aplicaciones telefónicas para buscar amor, encuentros sexuales o simplemente
contacto físico.
Ya nada nos sorprende, las películas tienen sexo real y ni siquiera nos
inmutamos ante el hecho. Los poemas nos parecen vacíos, la literatura requiere
de un ingrediente sexual para triunfar y si añades la palabra erótico o sensual
a una frase, sabes que su éxito está garantizado.
La fe de las personas se acaba o se exalta. Miles acuden a otros sitios para
buscar consuelo en donde las grandes entidades religiosas no lo logran. Se
abren más y más centros de ayuda que prometen la curación, la salvación, la
gloria, una nueva vida lejos de los problemas que nos aquejan. La religión es un negocio de sueños, de vivencias y
aventuras. Todos los hombres cumplen un papel fundamental: sanadores, dioses,
Curas, Papas, Sacerdotes, todos una figura masculina, las mujeres, relegadas
mas no en el olvido, cumplen papeles menos complacientes: incitadoras, monjas
que no pueden siquiera oficiar una misa y no hay más, la religión machista que
desde la Edad Media dominó, aunque diversa en otras miles de religiones, cumple
las mismas funciones con los mismos actores. Todo es negocio y si no lo
creen, basta con ver las iglesias llenas de oro y los feligreses paupérrimos
que acuden en harapos.
La medicina ya no está más al servicio de las vidas sino al de los patrones,
los multimillonarios del negocio farmacéutico. Las medicinas funcionan para
mantener esclavizados a los enfermos no para curarlos, una vez enfermos con una
infección grave, sólo nos queda atenernos al único remedio que conoce la
ciencia, pero escépticos ante las curas más naturales, continuamos un juego
infinito de medicamentos inacabables que nos llevarán, más tarde al deceso. Ya
pobres, sin esperanza de dejarle algo a nuestros familiares que sobreviven.
El ideal contra lo real se convirtió en un
debate ríspido. Las pasarelas y revistas de moda nos mostraban mujeres
sofisticadas con cuerpos que marcaban tendencia. Los hombres morían por ellas y
buscábamos parecernos un poco más para que también murieran por nosotras. Pero
no nos damos cuenta de que ellas son quienes son una minoría, la mayoría
tenemos grandes curvas con prominentes caderas y pechos.
“Desde la celda” (Cortometraje de sensibilización)
Todas las personas privadas de libertad responden a un nombre que a veces se olvida por la cosificación que ejerce la institución. Sin demasiado esfuerzo se acaban convirtiendo en un número, en una cifra más, en un dato estadístico, pero lo cierto es que todos y cada uno de ellos, todas y cada una de ellas, proviene de sus propias circunstancias. No son un número. No son una tasa de criminalidad, de reincidencia, de tipología delictiva. No son un experimento social. No son partidas presupuestarias. No son conclusiones de estudios sociológicos, jurídicos o criminológicos. Son personas con nombre y apellido, con familia, con entorno, con suerte o sin ella, pero personas.
Las cartas ocupan tiempo, trasladan la mente, dibujan ilusiones, diseñan esperanzas. Las cartas se leen una y otra vez hasta aprenderse de memoria; son el triunfo de la persona frente a la institución; son la no cosificación, la resistencia, la libertad. Son sensación, emoción, vida.
Mea Maxima Culpa - Silencio en la Casa de Dios
Coca Cola y la fórmula secreta Un documental francés, Coca-Cola, la fórmula secreta, transmitido por la televisión de Bélgica, molestó enormemente a esa compañía refresquera, la cual incluso se quejó ante el consejo deontológico de la prensa belga. El documental relata las peripecias de una reportera francesa para conocer la receta precisa del refresco. Y entre sus descubrimientos está que uno de los ingredientes principales… es agua. En grandes cantidades. Tres litros del líquido se necesitan para elaborar uno de la bebida azucarada. Y uno de los sitios donde la multinacional obtiene esa materia prima, casi gratis y a costa del desabasto de la población local, es Chiapas.
da,
de mostrar nuestros momentos más sentimentales en las redes sociales;
aparentamos y nos vemos felices, queremos consuelo y simulamos tristeza y
así todos parecen creerlo.
- See more at:
http://culturacolectiva.com/ilustraciones-de-la-decadencia-humana-que-solo-entenderan-las-personas-con-criterio/#sthash.y884cvnV.dpuf
We Are WomenNotObjects
da,
de mostrar nuestros momentos más sentimentales en las redes sociales;
aparentamos y nos vemos felices, queremos consuelo y simulamos tristeza y
así todos parecen creerlo.
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DOMINACIÓN DE LA MUJER EN LA SOCIEDAD
CONSUMISTA- CAPITALISTA: Patriarcado, publicidad y sentido de la vida
Si hay un espacio ideológico
donde la sociedad consumista-capitalista se expresa, a nivel simbólico, como lo
que verdaderamente es, ese es, sin duda, la publicidad. La publicidad es capaz
de hacer que los sujetos proyecten sus ilusiones hacia todo un mundo de
fantasía y simbolismo donde, paradójicamente, lo que los publicistas han
volcado previamente han sido, precisamente, esas mismas ilusiones detectadas de
manera previa en los deseos de los sujetos a los que luego tratarán de dirigir
sus mensajes, de acuerdo a la idealización que esos mismos sujetos hagan de sí
mismos y su papel dentro del global de la sociedad, creando con ello un mundo
donde las diferencias sociales se disuelven, los sufrimientos no existen, y
todo, absolutamente todo, se convierte en posible: el maravilloso mundo con el
que todo ser humano ha podido fantasear alguna vez como mundo ideal.
El mundo de la publicidad es, pues, un mundo de apariencias, un mundo de sueños
y fantasías donde los elementos icónicos y simbólicos juegan un papel central,
un mundo dónde se esconden las relaciones sociales y el valor simbólico de los
elementos culturales propios de la sociedad consumista, un mundo puramente
mitológico, una real no-realidad que a menudo suplanta a la realidad misma,
aunque, pese a ello –o precisamente por ello-, es también un espacio
socio/cultural donde la sociedad se representa a sí misma en sus aspectos más
profundos y fundamentales, al estilo, podríamos añadir,de lo que el
antropólogo Clifford Geertz propuso para el análisis de las culturas humanas
cuando afirmó que las ideologías, las cosmovisiones, se constituyen a partir de
los sistemas culturales y es allí, en los símbolos que le son propios a tales
sistemas, allí donde los significados últimos de los hechos socialmente
instituidos pocas veces son lo que aparentan ser a primera vista, el único
lugar posible en el cual habría que buscar el verdadero significado de tales
hechos sociales, vinculados de pleno con aspectos que la sociedad ha ocultado
en ellos para, a su vez, poder mostrarlos simbólicamente y representarse así a
sí misma en su verdadera intencionalidad y en su normal funcionamiento
socio/histórico y socio/cultural.
Los anuncios publicitarios, pues,
no sólo venden productos, también venden valores, imagen y conceptos sobre el
amor, la sexualidad, el éxito y quizás lo que es más importante, venden una
imagen denormalidad. En gran medida nos dictan no solo lo que somos, sino lo
que deberíamos ser. Basta, en consecuencia, con analizar el papel que la mujer
ocupa en este mundo de fantasía que es la publicidad para saber lo que la
sociedad espera verdaderamente de ella, es decir, para saber cuál es el papel
que dicha sociedad le tiene asignado como tal.
La doble dimensión de la “cosificación” de la mujer
a través de la publicidad
La publicidad cosifica a la mujer
desde un doble perspectiva: como objeto de consumo –para asociar dicha imagen a
la promoción de determinados productos- y como consumidora –mediante la
promoción de determinadas ideas que se vinculan al papel que la mujer debe
ocupar en sociedad, acorde a la pluralidad a este respecto ya existente en la
vida real: amas de casa, mujeres trabajadoras fuera del hogar, etc.-. Además,
sirve para determinar el modelo de belleza que la mujer debe representar según
lo que socialmente se considera como más aceptable, a una misma vez que asocia
dicha imagen con lo se presupone es, debe ser, una “vida de éxito”.
Si lo primero nos indica que el propio sistema necesita de la explotación,
cosificada, de la mujer para impulsar la venta de determinados productos
–equiparando el valor de esa mujer/reclamo al del producto mismo y anulándola
en cuanto a su valor como persona real-, así como la necesidad de ajustar la
venta de determinados productos al público femenino en sus diversas
manifestaciones –cuando tales productos se piensa que tienen, por las propias
dinámicas sociales prestablecidas, una especial aceptación entre las mujeres:
perfumes, moda, productos para la limpieza del hogar o el cuidado de los niños,
etc., o directamente son exclusivos para mujeres: productos relacionados con la
menstruación, etc.,- lo segundo nos pone de manifiesto la construcción de una
imagen de lo femenino que está directamente relacionado con lo que la sociedad
espera de la mujer: un ser que se expresa como tal principalmente a través de
su imagen, que ha de encontrar su propio camino hacia la “realización” social y
personal a través de dicha imagen, y para quien deben quedar obligadamente en
un segundo plano otro tipo de cuestiones: nivel de formación, méritos
laborales, capacidad para la creación, etc. La mujer se configura así, para
esta sociedad consumista-capitalista, desde esta triple perspectiva: como
objeto-mercancía, como consumidora y como subordinada al hombre –incapaz de
adquirir méritos por sí misma salvo en lo relacionado con su imagen, siempre y
cuando tal imagen sea del agrado de aquellos en los que en última instancia se
vuelca la capacidad de emitir el juicio de valor que ha de permitir la
valorización femenina: el hombre-. Todo ello se expresa mediante cuestiones
relacionadas con el sentido y, por supuesto, expresan directamente las
interrelaciones existentes entre capitalismo y patriarcado.
En occidente, como expresa la investigadora feminista María Fernández Estrada,
“el patriarcado moderno comienza a debilitarse a partir de los años setenta,
gracias al movimiento feminista, y deriva así en una nueva configuración del
patriarcado. La nueva estructura patriarcal ya no consistirá sólo en la
reclusión de las mujeres en el espacio doméstico –contrato sexual moderno– sino
también, y sobre todo, en la reclusión de las mujeres en su propio cuerpo. El
cuerpo sexualizado de las mujeres es el lugar en donde sucede la reconversión
industrial de las condiciones contemporáneas del patriarcado. El cuerpo de las
mujeres vuelve a sufrir la carga identitaria que se disputarán los varones de
distintas representaciones políticas y culturales, es decir: antes, el cuerpo
de las mujeres funcionaba para los varones como seña simbólica de la esposa y
madre, ahora la feminidad normativa impone otro modelo, compatible con el
anterior, el de la sexualización del cuerpo de las mujeres”.
Esta sexualización del cuerpo de
las mujeres funciona a su vez en un doble sentido: como reclamo económico y
como camino social instituido en búsqueda del éxito social. La sociedad
consumista-capitalista mata así dos pájaros de un tiro: potencia las ventas de
sus productos y servicios mediante la muestra impúdica del cuerpo de la mujer
como objeto-mercancía (expresión de las demandas económicas propias del
capitalismo) y cercena las potencialidades de la mujer atándolas a un espacio
de dominación masculina donde la mujer simplemente deja de ser por sí misma y
es tan solo, lo que deba ser, en función de su relación de subalternidad
respecto del hombre (expresión de dominación patriarcal). El
consumismo-capitalismo, pues, se fusiona con el patriarcado, de manera
especialmente relevante, mediante lo que se conoce como “cosificación de la
mujer”.
Dicha cosificación consiste, básicamente, en representar o tratar a la mujer
como un mero objeto sexual y/o un mero objeto de consumo (mujer-mercancía),
ignorando sus cualidades y habilidades intelectuales y personales y
reduciéndola a meros instrumentos para el deleite sexual de otra persona y/o el
reclamo sexual. Dicha cosificación, como evidencia buena parte de la literatura
moderna y/o el propio cine desde sus orígenes en el siglo XX, no es nueva,
pero, al igual que otros muchos aspectos de la vida actual, ha sido con la
implantación del consumismo-capitalismo como modelo hegemónico (a nivel
económico y como código de sentido absoluto) cuando se ha llevado a sus niveles
más elevados y evidentes. Es en la actualidad cuando la cosificación de la
mujer, en una sociedad devorada por el consumismo y donde las mujeres han
pasado a convertirse en una mercancía dedicada al disfrute -generalmente, del
hombre-, se ha convertido en un rasgo claramente definidor del papel de la
mujer en la vida social. Esta forma de violencia simbólica, que resulta casi
imperceptible, somete a todas las mujeres a través de la publicidad, las
revistas, las series de televisión, las películas, los videojuegos, los videos
musicales, las noticias, los realitys show, etc.
Los anuncios venden el cuerpo de
la mujer como reclamo de ventas por diferentes vías, por ejemplo, centrándose
en el resaltado visual de sus aspectos más sexuales (pechos, labios, muslos,
culo, etc.), o exponiendo a la mujer en posturas y posiciones de su cuerpo que
evoquen relaciones –y provoquen reacciones- de tipo sexual, o simplemente
utilizándolo como soporte de objetos a presentar al público, evocando así la
idea de una mujer objeto –tipo mesa, mostrador, escaparate, etc.- que no sirve
más que como espacio donde tales productos deben ser expuestos al público de la
forma más atractiva posible, sin valor alguno en sí mismo más que por
derivación de tal relación de soporte. Otros anuncios, directamente, evocan
situaciones de total dominio, e incluso de humillación, del hombre respecto de
la mujer, como evocación de poder manifiesta. En otros se muestra una mujer a
la que se presenta como alimento –evocando, por ejemplo, ser presentada en un
plato o troceada como un pastel, etc.-, y así sucesivamente en toda una amplia
gama de “presentaciones” del cuerpo de la mujer que simplemente evocan su
existencia como objeto de consumo, como mera mercancía o reclamo. La idea-mito
que se lanza así socialmente es obvia: una mujer nunca es por sí misma, siempre
es en relación a lo que el hombre defina de ella a través de su imagen. Es el
hombre el que da valor a la mujer con sus juicios respecto de lo que la mujer
es, debe ser, socialmente. No es la mujer, sino el hombre, quien dice lo que en
esta vida tiene valor, y no es la mujer, sino el hombre, quien tiene la
capacidad de permitir que una mujer sea socialmente valorada. Cosificando a la
mujer no solo se la anula como persona, se la convierte en algo que solo podrá
tener un valor en función de lo que los hombres puedan decidir.
La mujer como consumidora y como objeto de consumo
No
obstante, a menudo los hombres pueden decidir que la mujer sí tiene realmente
valor en su función como consumidora. Esto es, pese a esa anulación de la mujer
como ser capaz de tener valor por sí mismo, y en relación directa con la
creencia predominante en el consumismo-capitalismo (que se es por lo que se
tiene), así como por las propias necesidades económicas del capitalismo, el
sistema capitalista-patriarcal sí permite que la mujer pueda ser socialmente
valorada como consumidora, en igualdad de condiciones, aunque con sus
determinadas particularidades, con el hombre. Si el hombre gasta dinero en
consumir, la mujer también lo hace, y eso es algo que el sistema necesita para
su normal funcionamiento. La mujer constituye, de hecho, el grupo consumidor
más grande dentro de la sociedad. A la mujer, en tanto que consumidora, no se
la puede despreciar y mucho menos tratarla como si no existiera como persona.
Lo que la publicidad roba a la mujer mediante su cosificación (su cualidad como
persona), la publicidad se lo devuelve a través de los anuncios que se dirigen
específicamente a un público femenino y/o cualquier otro que pueda servir para
fomentar el consumos en la mujer. Eso sí, siempre y únicamente como
consumidora. El publicista sí interpela entonces a la mujer en su cualidad de
persona realmente existente, pero siempre desde la perspectiva de su
realización como consumidora. En realidad, claro, es otra forma de cosificar a
la mujer, aunque, en este caso, una forma de cosificación que comparte con el
hombre, al cual, desde esa interpelación como consumidor, se le cosifica
igualmente de manera cotidiana en esta sociedad nuestra. Todo sea por aumentar
el consumo, para que la rueda del consumo, que sustenta nuestra sociedad, no se
detenga nunca.
El lenguaje de la publicidad y el consumo se construye por ello alrededor de
diversos imperativos verbales sintetizados en una sola idea (compre), pero de
la que se derivan otras múltiples ideas, simbólicas, que llenan de sentido la
vida de las personas. El imperativo es una orden que no admite diálogo. Como no
admitían diálogo los mandamientos propios del cristianismo, unos mandamientos
que simplemente se tenían que cumplir si lo que se quería era, como hemos
dicho, poder estar en paz con Dios; alcanzar el reino de los cielos. No había
otro camino de sentido para la vida del creyente que el cumplimiento de los
mandatos de Dios, expresados a través de los textos sagrados y de la teología
cristiano-feudal. De la misma forma, ahora no existe, de partida, otro camino
de sentido para el sujeto que el expresado a través de la publicidad y los
medios de comunicación, que solo puede ser concretado en última instancia
mediante la obediencia al mandato principal: comprar, consumir. Y eso no puede
diferenciar entre hombres y mujeres, ambos son consumidores y ambos deben
aprender por igual todo el código de sentido que es propio de la sociedad
consumista actual.
Así existen multitud de anuncios que interpelan directamente a la mujer en
cuanto a tal. Anuncios que, por un lado, buscan fomentar las actitudes
consumistas de la mujer, pero que, por otro lado, sirven para determinar,
simbólicamente, el papel que la mujer habrá de desempeñar en esta sociedad
consumista-capitalista. Es decir, por un lado se ha de fomentar la idea del
consumo como motor de la sociedad –intentando fomentar la compra de
determinados productos por parte de la mujer-, pero además se ha de imponer la idea
de que es el consumo, el tener, lo que sirve para dar valor a las personas en
esta sociedad, así como se mostrará una determinada imagen de la mujer asociada
a la compra de esos productos que la publicidad oferta. Patriarcado,
capitalismo y cuestiones de sentido vuelven aquí a expresarse como un todo
unificado.
En la sociedad de consumo no sólo
sentimos cada vez mayor dependencia de nuevos bienes materiales y derrochamos
los recursos, sino que el consumo se ha convertido en un elemento de
significación social. Se compra para mejorar la autoestima, para ser admirado,
envidiado y/o deseado, y esto se potencia especialmente en el caso de la mujer,
a la cual, como hemos dicho, se la trata como si no tuviera valor por sí misma,
y solo pudiera adquirirlo a través de su imagen y/o de aquello que pueda
poseer, siempre en función de los criterios de valoración que dependen del
hombre, por un lado, y del propio código de valores propio del sistema
consumista-capitalista, por otro. En esto el hecho de haber convertido a la
mujer en un objeto de reclamo, en un objeto-mercancía, también suele ser
efectivo. Las mujeres a las que se les pretende fomentar las tendencias
consumistas, al ver a las otras mujeres que en los anuncios salen promocionando
productos de distinta índole, suelen ser motivadas, mediantes apelaciones de
tipo emocional, a realizar la compra de ese producto tan solo por el simple
hecho que en la televisión parece ser efectivo para una determinada función,
esperando con ello el resultado de verse como la chica que salió en el anuncio.
Así, si la mitología socialmente establecida te dice que para tener valor como
mujer debes cumplir con unos determinados criterios estéticos, por ejemplo, al
utilizar a mujeres en los anuncios que sí cumplen con esos criterios –o
aparecen como cumpliéndolos- y al asociar dicha imagen a la idea de que tales
criterios se vinculan a la compra de un determinado producto, se pretende que
la mujer compre tal producto con la esperanza de satisfacer esos deseos de ser
socialmente valorada tal y como previamente se la enseñado que debe ser. Con
frecuencia, además, se utilizan expresiones que hagan sentir a la mujer que no
es capaz de satisfacer esos criterios previamente establecidos con baja
autoestima. Al poner luego a una mujer que sí los satisface –al menos en
apariencia- en un anuncio, se logra que las mujeres que lo ven quieran poder
sentirse reflejadas en aquella imagen de “mujer de éxito” que el anuncio
proyecta. En este tipo de anuncio se utilizan frecuentemente diálogos que son
apelaciones directas a la imagen –y la autoestima- de la mujer que los ve,
tales como: ¿quieres lucir un rostro hermoso como ella? utiliza “X” producto,
¿Te quieres ver como ella?, compra “X” producto, etc. La imagen y la capacidad
de seducción juegan aquí un papel determinante.
La mujer
debe tener una imagen acorde a lo que se presupone es un ideal de belleza
socialmente valorado y, a su vez, ello le debe permitir gozar de una capacidad
de seducción tal que haga posible que los hombres así lo valoren. Volvemos así
a la idea de que la mujer no es por sí misma, sino en función de los juicios de
valoración emitidos por el hombre. Y aunque la propia mujer pueda creer que lo
hace para su propia satisfacción –y no tiene que ser mentira necesariamente-,
en realidad, según el mensaje que subyace de fondo en la ideología hegemónica
imperante, lo hace, en todo caso, para su propia satisfacción en función de lo
que la sociedad le demanda, y esas demandas están principalmente orientadas no
a la satisfacción de la mujer, sino del hombre y sus juicios de valor capaces
de valorizar socialmente a la mujer. Como se puede ver fácilmente, la cuestión
del sentido juega aquí un papel central. Las mujeres deben dar sentido a sus
vidas en base a lo que este tipo de ideas, fomentadas por la publicidad, le dicen
para con lo que sus vidas deben ser para tener reconocimiento social según los
criterios establecidos por, precisamente, tales ideas. No se trata, pues,
simplemente de querer representar una determinada imagen, sino, principalmente,
de creer que tal imagen es lo que debe dar sentido y orientación a la vida de
la mujer.
La publicidad, en este sentido, fomenta sistemáticamente, de múltiples formas,
que lo más importante y primordial para las vidas de las mujeres es su aspecto
físico, a una misma vez que definen y determinan cuál debe ser ese ideal de
belleza femenino al que estas mujeres deben tender si lo que quieren es ser
socialmente reconocidas.
Las mujeres aprenden así desde
una edad muy temprana que deben invertir cantidades ingentes de tiempo, energías
y, sobre todo, dinero, en alcanzar ese ideal y, por supuesto, sentirse
culpables y frustradas cuando no les es posible alcanzarlo. Se trata de una
finalidad vital que se expresa como una cuestión de sentido de la vida, pero
que, a su vez, es consecuencia de una necesidad económica propia del sistema
capitalista (que aprovecha tales ideas para vender todo tipo de productos
relacionados con el aspecto físico, la belleza, y, en general, la imagen, de la
mujer), así como una expresión del patriarcado, esto es, de la posición
subalterna de la mujer respecto del hombre en esta sociedad, en tanto y cuanto,
como decimos, si el valor de la mujer le viene dada por su aspecto físico, su
belleza, etc., no vale por sí misma, sino en función de los juicios de valor
que el hombre, en base a todo ello, pueda emitir sobre tales mujeres. Para
colmo, el modelo de belleza que se ofrece como “ideal” a la mujer se basa en la
perfección, esa perfección que es recogida en las modelos que sirven como
referencia para el mismo. Un modelo, pues, que es inalcanzable por definición.
El sistema juega así con la idea del consumo como elemento “redentor”.
Si quieres alcanzar ese modelo de belleza debes comprar tal o cuales productos,
lucir de tal o cual manera, pero, además, al basarse tal modelo en la
perfección inalcanzable, debes vivir en la permanente insatisfacción para, a su
vez, estar permanentemente acudiendo al mercado a comprar ese producto que
pueda ayudarte a “redimirte” de tus pecados, tratando de hacer posible tal ideal.
Esto pasa, en general, con todo el ideal de vida que el consumismo-capitalismo
te vende como modelo referencial de lo que se supone es “el éxito social”, pero
se hace especialmente visible en el caso de esta relación entre mujeres e ideal
de belleza. Si en general el ideal de vida (los sueños
consumistas-capitalistas) que la publicidad vende está pensado y diseñado para
ser inalcanzable como modelo idealizado que es (porque así incitará
permanentemente al consumo de aquellos productos que te puedan permitir aunque
solo sea acercarte por algunos momentos a dicho ideal), en el caso del ideal de
belleza femenino esto es su única posible razón de ser. Ninguna mujer se podrá
sentir plenamente realizada por muy cerca de ese modelo de belleza que esté,
porque, quiera o no quiera aceptarlo, seguirá inserta en unas relaciones de
poder de tipo patriarcal, y solo en relación a ellas es que tal ideal de
belleza cobra socialmente un (falso) valor.
Luego, claro, vienen los problemas de anorexia, bulimia, y otro tipo de enfermedades
directamente relacionadas con estos modelos idealizados de belleza, y todo el
sufrimiento que generan en millones de mujeres en todo el mundo. Cosa que
ocurre mucho menos en el caso de los hombres (pese a que a ellos también se les
vende un determinado modelo de belleza socialmente idealizado y también es
asociado en cierta medida al éxito social –en este caso como potenciales
seductores de bellas mujeres-), precisamente porque la sociedad patriarcal
ofrece al hombre otros muchos espacios de valoración social que no están
directamente relacionados con su imagen física, mientras que a la mujer es
prácticamente el único espacio de valoración social que se le reconoce
socialmente como válido, siempre, insistimos, en función del juicio del hombre.
Patriarcado y capitalismo en la publicidad:
dominación de la mujer vía sentido de la vida
Los mensajes publicitarios, en
definitiva, reproducen un orden de cosas existente en la sociedad y la cultura,
en donde las diferencias de género ya están establecidas y, principalmente, han
asignado a la mujer el rol de ama de casa y madre que, además, tiene que
agradar con su belleza y habilidades de seducción. Pero no por ello dejan a un
lado otro tipo de mensajes destinados a ese otro estereotipo de mujer, la “mujer
moderna” y trabajadora, que los capitalistas no quieren dejar de explotar para
aumentar su cuenta de beneficios en base a la venta de todo tipo de productos
que las mujeres con independencia económica puedan querer comprar. Así, junto a
anuncios que presentan sin ningún pudor a la mujer como ama de casa servil,
complaciente y abnegada, buena cuidadora de su hogar y mejor madre (anuncios de
productos para el hogar, anuncios relacionados con el cuidado infantil, etc.),
o esos otros que se dirigen principalmente a lo relacionado con el aspecto
físico y la belleza, conviven otros muchos que resaltan la capacidad de consumo
de la mujer por encima de cualquier otro aspecto. Anuncios en los que la mujer
se ve representada como ejecutiva, profesional liberal, estudiante, etc., en
los cuales ya es la propia mujer la que es capaz de tomar sus propias
decisiones de consumo, y que, en su mayoría, presentan a una mujer feliz,
espontánea, inteligente, respetable, socialmente aceptada, deseable e
influyente y capaz de afrontar diferentes cambios en sus vidas.
No obstante en tales anuncios hay algo que no deja de ser curioso: se las
presenta siempre no como personas que tienen valor por sí mismas, sino como
mujeres que, a su vez, han de competir con otras mujeres en un mundo dominado
por hombres. Su valor como mujer le vendrá entonces en función de su capacidad
para imponerse a esas otras mujeres y tomar así un papel socialmente relevante,
pero siempre, por supuesto, acorde a criterios de valoración cuyos juicios son,
en última instancias, emitidos por esos hombres que tienen la capacidad de
dominar socialmente los espacios donde estas mujeres se ven insertas y forzadas
a competir entre sí. La publicidad, si algo tiene, es su capacidad para
recoger, en favor del consumo, todo el espectro de roles e identidades sociales
que puedan convivir en una determinada sociedad, y enfocar los anuncios,
dependiendo del tipo de producto a vender y el público potencialmente comprador
del mismo al que vaya dirigido, de acuerdo a lo que determinados mensajes
puedan conseguir, mediante su impacto emocional, en tales roles e identidades
sociales. Esto ocurre en nuestra sociedad con los anuncios dirigidos a mujeres
o que tienen en las mujeres potenciales compradoras.
La
publicidad no recoge, pues, un solo modelo de mujer en sus anuncios, dentro de
ella pueden tener cabida diferentes roles femeninos según lo que ya previamente
se da realmente en la sociedad, pero siguen existiendo una serie de mensajes
que son comunes para todas las mujeres y que, a su vez, son muestra de esas
realidades sociales, vinculadas al patriarcado, que siguen plenamente vigentes,
ejerciendo una violencia sistemática y cotidiana, en esta sociedad. Realidades
que se encuentran igualmente plenamente interrelacionadas con lo que se
desprende del sistema consumista-capitalista que se ha establecido como
hegemónico y dominante, y que, por supuesto, como expresión sintetizada de
ambas realidades en la vida y la identidad de las personas, y en este caso
concreto de las mujeres, se manifiestan vinculadas a cuestiones relacionadas
con el sentido y el sinsentido de la vida, sirviendo para la reproducción, la
conservación y el mantenimiento de lo que tales realidades son en la práctica
de cara a esta sociedad.
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