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38
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.
Planet Master
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O igual no soy tan perfecta. Igual soy una mujer grande, en una autoestima pequeña. Igual me pierdo todo lo que dicen estos ojos, porque los uso sólo para buscarme nuevos rincones fofos. Igual estoy desperdiciando el tiempo, empeñada en que no se me note por fuera. Igual me despierto un día de estos, y me rindo y pierdo la batalla imbécil de soñar con estar buena.
Y entonces, igual, empiezo a entender que para sentir fuego en el pecho no hace falta tener las tetas tiesas. Que para morder con placer no hace falta tener una boca tierna, que lo que importa es mover el culo al bailar, al correr, al pedalear, al follar, no las dimensiones que tenga. Que mi cuerpo es mi única arma para ser, no un solar en el que acumular mis mierdas. Que para disfrutar de que te acaricien el pelo, no hace falta currarse una preciosa melena.
¿Cómo podemos no amar el nuestro? ¿Cómo han podido convencernos de que no nos guste nuestro cuerpo?
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Conferencia Juan Carlos Monedero ( El poder de las palabras ).
¿Cómo funciona el capitalismo?
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Las tonalidades de la ira
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El verdadero “planeta de los simios”: chimpancés usados en pruebas de laboratorio viven en una isla en Liberia
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Documental cuya principal denuncia es que "la construcción de teléfonos móviles financia la guerra y las mafias del Congo", y que sigue el rastro del mineral coltán, usado en la fabricación de los móviles -y en otros productos de electrónica-, y cuyo principal productor mundial es la República Democrática del Congo, país enfrascado en una guerra civil.
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La minería a cielo abierto
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EL EMPLEO ES UN CHANTAJE
Se podría afirmar sin ningún tipo de sonrojo que el trabajo es uno de
los mayores chantajes de la Historia. Su otra moneda, el paro, es el terror que
ayuda a que ese chantaje sea aceptado.Nunca faltan voces que digan que el trabajo
dignifica, pero muchas veces nos preguntamos qué tiene de digno trabajar 12
horas al día, en hostelería por ejemplo, sirviendo a turistas en restaurantes
del centro, haciendo las camas de hoteles de lujo, o en limpieza, limpiando
pisos,o en la construcción, o en el puerto descargando camiones, o vendiendo
comida en las plazas porque no tenemos trabajo legal. Cuando la jornada es
menor y el salario aumenta, aun aliviando muchas situaciones jodidas, tampoco
deja de ser un chantaje. Se trabaja para consumir, que a día de hoy es casi
el equivalente de vivir. Si no
consumes, incluso las cosas más innecesarias o las necesidades más absurdas que
bien se encargan la publicidad y los medios de comunicación de hacérnoslas
interiorizar, estas en la marginalidad, porque para todo es necesario el
dinero.
El desempleo nos aterra porque nos cierra el paso hacia la obtención de
ingresos legales, lo que es lo mismo que cerrarnos el paso al consumo, y ese
terror hace que traguemos con lo intragable. De muchos trabajos – y esto es sólo un pequeño
ejemplo, más o menos extendido – en los que podías ganar 1000 euritos currando
ocho horas se pasa a que en el mismo trabajo vas a currar diez horitas para
ganar ochocientos euros, porque si no a la calle. En tiempos de crisis se hace
por supervivencia, pero en tiempos “buenos” (si es que hay tiempos buenos
para quien tiene que doblar el lomo cotidianamente) se hace por “mejorar la
calidad de vida”, o lo que es lo mismo, gastarse la pasta en tratar de vivir
como los ricos o tapar agujeros en los que nos hemos metido por tratar de vivir
como los ricos o por no saber o pensar en vivir de otra forma: esa hipoteca
para comprarnos el pisito o esas vacaciones en punta cana para ver si nos
cruzamos con la Shakira, aunque no sean lo mismo y entre ambas haya una
diferencia evidente no dejan, en el fondo, de sustraerse a la misma lógica,... mejorar
en esta sociedad de la desigualdad, de los ricos y los pobres, del chantaje y
de los parásitos a alimentar mientras viven de lujo y deciden sobre nuestras
vidas en parlamentos y demás (y luego se quejan porque alguien les escupió,
colgarles es lo que habría que hacer).
¿Y los
ricos? Los ricos no son ricos porque un día abrieron la nevera y al lado del
brick de zumo encontraron un maletín con lingotes de oro. Los ricos son ricos
porque explotan el trabajo ajeno, porque gracias a ese terror del paro y del
obstáculo al consumo, ejercen el mayor de los chantajes sobre la gente común y
corriente que no tiene nada más que su cuerpo o su coco para alquilar por horas
durante toda una vida, y lo que se puede pagar cuando le dan el sueldo por
reventarse la espalda construyendo mierda que no necesitamos para beneficio de
ricos y políticos, aliados naturales. Casi todos los políticos son ricos y
muchos ricos son políticos; del sistema económico se vale el Estado para
financiarse y fortalecerse y por ello lo defiende y legisla, y la legislación,
las leyes, las obligaciones, intrínsecamente están hechas para beneficio de las
empresas, de los negociantes y los negocios, y a su vez el sistema económico se
vale del Estado para crear el marco legal y político que le de cobertura.
La ley no
es más que un obstáculo impuesto a la fuerza entre nuestra libertad y nosotros. La ley protege al fuerte y el
fuerte, con el trabajo, con el consumo, con el paro, nos chantajea y vive de
nosotros para su exclusivo beneficio.
De cajón de madera de pino que para vivir hay que esforzarse, hay que
sudar, hay que hacer cosas (lugares donde habitar, elaborar la comida que
comer, las ropas que vestir, darnos un gustito...) pero de ahí a tener que
pasar toda la vida doblando el lomo para beneficio ajeno, para empresas,
políticos, la economía, ricachones de todo tipo y color,... para luego encima tener
que vivir una vida miserable en unas condiciones de mierda, alienados, con
hipotecas, entre cuatro paredes en barrios y ciudades dormitorio y encima
soñando con vivir como los ricos, con tener aparatitos que supuestamente nos
hacen la vida más cómoda cuando en realidad nos alienan aun más y nos
convierten en seres pasivos y sin los conocimientos más básicos para la mera
supervivencia, va un gran trecho. Y de hecho casi nadie sabe proveerse de lo más
esencial para la vida, porque es que además esas cosas esenciales para la vida
(como plantar, como construir algo, como hacer ropa, etc) se ha desnaturalizado
tanto, se ha devastado tanto al planeta, es tan artificial que cada vez es más
sucedáneo planificado por especialistas y construido por máquinas o por
currelas que muchas veces no tienen ni las más puñetera idea de lo que están
fabricando. Además hoy en día casi todo son servicios, servicios para el
consumo, para tener más, porque el tener se ha convertido en el objetivo y por
eso se acepta el chantaje, por temor al no tener.
Los
patrones nos necesitan, porque sin la gente que trabaja (legal o ilegalmente) y
sin la gente que consuma (aunque los ricos casi que se bastan solitos para
eso), gracias a los consiguientes ingresos que, por regla general, se obtiene
mediante el trabajo, no son nada. Los políticos nos necesitan porque sin gente
que les vote, sin gente que les obedezca, no son nada. Patrones y
políticos tienen una estrecha relación de amor, aunque a veces, como en toda
pareja, haya discusiones y peleas. Son una unidad que busca vivir a nuestras
expensas y asegurar un orden para poder vivir a nuestras expensas,
controlarnos, mandarnos y establecer un mundo en el que sean imprescindibles y
puedan tener el control. Pero el hecho es que nosotros no los necesitamos a
ellos. Podemos vivir sin sus órdenes y sin sus chantajes. Sin nosotros no son
nada.
Cierto es
que es difícil desembarazarse de ellos. En primer lugar porque primero hay que
ser consciente de esto, cada vez más complejo de percibir en un mundo irreal,
del engaño y la apariencia, más complejo que nunca.
Pasaron
ya las antiguas condiciones donde el centro de la economía estaba en la fábrica
y estaba muy claro que el patrón, que vivía en una mansión de lujo, era el
explotador. Toda una cadena de mandos intermedios, creada a propósito para que
sea difícil llegar a responsabilizar e incluso encontrar al último eslabón de
la cadena, último culpable de la explotación, de categorías laborales, de
distinción entre los de abajo, hecha para buscar que éstos se peleen entre sí
en lugar de pelear contra su jefe, su dueño, hace que todo sea más complejo. Igualmente
el paso de un sistema industrializado a otro más tecnológico, de aumento de la
producción inmaterial, técnica y de bienes y servicios, con una “democratización”
del acceso al consumo, a los servicios y a un cierto bienestar (que en estos
tiempos se pierde a pasos agigantados pese a que los capitalistas siguen
forrándose a nuestra costa), hace que los puteados menos
despiertos sueñen con poder ser igual que sus puteadores. Hace que el currito más humilde con
un poco de suerte y quizás, si agacha lo suficiente la cabeza, aunque esto
generalmente es falso, pueda llegar a vivir en la misma urbanización de clase
media que su capataz (un peldañito más cerca de vivir como el patrón). Hace que
con la extensión de los servicios para muchos y de cierto bienestar de la
sensación de que todos trabajamos para todos y no para beneficio exclusivo de
los ricos, de los patrones. Hace, junto con la propaganda de los medios de
comunicación (que no dejan de ser empresas de los ricos para ganar dinero y
lavar el cerebro a la gente con el fin de mantener el orden), que parezca que
todos contamos, que todos seamos parte de la economía y que haya que salvarla
para bien de todos, cuando la economía a quien favorece siempre no es más que a
los ricos. La
economía, separada de las necesidades reales y de la producción de cosas
imprescindibles para la vida, se ha convertido en un complejo mecanismo de
explotación del ser humano y del planeta, donde cuenta más una calificación de
una agencia para estatal, o una inversión bursátil que una producción real de
cosas. La
economía se ha convertido en otro arma de los ricos contra los de abajo. Y
salvarla supone salvar el culo a los patrones.
Con un
poco más de engaño político, haciéndonos creer que por votar cada 4 años
elegimos algo más que a nuestros jefes, a quienes nos van a decir cómo hemos de
vivir, financiados por todos nosotros y por los patrones, muchas veces
gobernantes ellos mismos (recordemos: Bush tenía una petrolera, el presidente
de Chile es multimillonario, los gobiernos de Aznar estaban llenos de
empresarios como Piqué o Mayor Oreja y el socialista Bono o el también
socialista Ibarra son terratenientes), el teatrillo es casi perfecto.
La cuestión es que el de abajo siempre tiene que obedecer, siempre tiene
que pringar. La cuestión es que hay un arriba y un abajo. Y si no te gusta y un
día decidimos, así sea con buenos modales, que la cosa no tiene que funcionar
así, ahí están esos lacayos inmundos de la policía y el ejército para
recordarnos a hostias cuál es nuestra misión en este mundo. Rebelarse es
difícil, pero es imprescindible porque para tener una vida digna de llamarse
así hay que mandar a la mierda todo este tinglado, hay que acabar con el
chantaje, con la explotación, con las coacciones, con el autoritarismo y con lo
que lo sostiene: la democracia, el Estado en su totalidad bajo la forma en la
que se presente (hace más de diez mil años que existe el Estado ¿cuándo ha habido
verdadera libertad? ¿cuándo no existió la coacción o el chantaje?), el
capitalismo, la economía.
Y eso no se puede hacer suplicando ni reformando, ni confiando en
quienes nos manejan a su antojo. Eso se tiene que hacer destruyendo.
Todo esto
es difícil, ha de ser colectivo, no es que no haya que sobrevivir, o que haya
que dejar de trabajar a toda costa para vivir del trabajo de otros o de los
desechos de esta sociedad, pero hay que trascender la propia supervivencia y
ser ambiciosos en el sentido de aspirar a más. Parte grande de la
responsabilidad de la esclavitud la tiene el esclavo, porque el esclavo
obedece. Es difícil desobedecer, pero si no desobedecemos,si no nos enfrentamos
a nuestros amos y a quienes pretenden serlo, siempre seguiremos atados a la
cadena de la coacción, del chantaje. Sólo la lucha nos hará libres. Contra toda
autoridad, ahora y siempre agitación y revuelta.
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LA TIERRA UNA MOTA DE POLVO SUSPENDIA EN EL ESPACIO
Aquí Un Video De 4 Minutos Que Te Hará Repensar Sobre Los Noticieros Que Vemos A Diario
CAUSA Y EFECTO. COMO LOS MEDIOS QUE VEMOS CAMBIAN NUESTRA VIDA
38
La Campaña Ropa Limpia - SETEM presenta el cortometraje '38'. Este número es aproximadamente el salario mensual (en euros) de una trabajadora de la confección en Bangladesh y la talla máxima para 'disfrutar' de los productos de las grandes firmas de moda
.
Planet Master
Cortometraje realizado por Juan Falque con la colaboración de varios alumnos de Detrás de la cámara "Los líderes políticos de los países capitalistas toman sus decisiones como si se tratara de un juego sin consecuencias."
Planet Master from Juan Falque on Vimeo.
No hay Mañana (There's No Tomorrow)
Este comercial puede ser asombrosamente falso, pero los estándares irreales de belleza son 100% aceptados
Objetivación sexual
Zebda - Una vida menos (GAZA) he nacido en una tierra que ya no es mia, una tierra ocupada una tierra pisoteada
Ibrahim es el primer proyecto de Colectivo de Cine Libertario Cámara Negra (antiguo colectivo Alhurria). El cine como una herramienta de transformación social.
"INVENTOS CENSURADOS " POR INTERESES CORPORATIVOS Y POLÍTICOS
Consumo Responsable - Vive Responsable
Un 80% de los trabajos de la actualidad serán reemplazados por máquinas en un futuro no tan lejano.
Juan Carlos Monedero - Todos los hombres nos beneficiamos del trabajar de más de las mujeres
Tutorial para hacer pendejo al mexicano en 10 lecciones
Cómico, Perspicaz y Despierta conciencias
Dos tomates, uno transgénico y otro campesino, se citan en un bar después de haberse conocido a través de un chat en internet
¿Comer frankensteins?, por qué?
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Noam Chomsky -
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JULIO ANGUITA : Los políticos son el fiel reflejo de la sociedad
LAS “TÍAS BUENAS”
Yo lo he intentado. Pero mucho. En serio..
He tratado de comer sano, de hacer deporte, de querer para
toda la vida, de reproducirme, de aprender a cocinar, de hablar más bajo, de
querer sexo sólo cuando hay alguien conocido en mi cama, de vestirme de colores
suaves, de juntar las piernas, de gritar menos, de llorar más, de beber menos,
de dormir más, de comer menos, de sonreír más... Pero no me ha salido.
Juro que he tratado con todas mis fuerzas de ser buena. Estar buena. Parecer buena. Pero no he podido.
Porque, a veces, las cosas que no deberían, me gustan, me apetecen, me las como, me las quedo, me las bebo, me las compro, me las guardo, me las follo...
Porque a veces, las cosas que me deberían gustar me deprimen, me aburren, me ponen triste, me dan asco.
Y he dedicado mucho tiempo, mucha energía, mucho dinero, mucha esperanza, a ser una mujer “como dios -o el patriarcado- manda”. Con curvas proporcionadas, compañías sexuales que se cuenten con los dedos de la mano, ropa de entretiempo, revistas de decoración, voz dulce, maquillaje discreto, regímenes saludables y aficiones que impliquen una aguja (no hipodérmica, claro).
Y ya me he cansado de que no me salga. No me sale parecerme a las de los anuncios de café instantáneo, a la que mis tías esperaban encontrar en las comidas familiares, a la que el tipo del banco quisiera dar una hipoteca, a la que la casera decente quisiera alquilar el piso, a la que los tíos encorbatados quieren llevar a cenar, a la que las dependientas quieren vender bragas blancas, a la que la policía quiere defender y no reprimir, la que cabe en las tallas que ponen en el escaparate.
Juro que he tratado con todas mis fuerzas de ser buena. Estar buena. Parecer buena. Pero no he podido.
Porque, a veces, las cosas que no deberían, me gustan, me apetecen, me las como, me las quedo, me las bebo, me las compro, me las guardo, me las follo...
Porque a veces, las cosas que me deberían gustar me deprimen, me aburren, me ponen triste, me dan asco.
Y he dedicado mucho tiempo, mucha energía, mucho dinero, mucha esperanza, a ser una mujer “como dios -o el patriarcado- manda”. Con curvas proporcionadas, compañías sexuales que se cuenten con los dedos de la mano, ropa de entretiempo, revistas de decoración, voz dulce, maquillaje discreto, regímenes saludables y aficiones que impliquen una aguja (no hipodérmica, claro).
Y ya me he cansado de que no me salga. No me sale parecerme a las de los anuncios de café instantáneo, a la que mis tías esperaban encontrar en las comidas familiares, a la que el tipo del banco quisiera dar una hipoteca, a la que la casera decente quisiera alquilar el piso, a la que los tíos encorbatados quieren llevar a cenar, a la que las dependientas quieren vender bragas blancas, a la que la policía quiere defender y no reprimir, la que cabe en las tallas que ponen en el escaparate.
Las malas, las inoportunas, las descaradas, las desubicadas,
las desagradables, esas me salen mejor.
Y así, consigo menos cosas, pero son cosas que me gustan. Las que consiguen las tías buenas, con sus sonrisas oportunas, sus curvas adecuadas, sus posturas apropiadas... esas, me deprimen, me aburren, me ponen triste, me dan asco.
O envidia, vete tú a saber...
Y así, consigo menos cosas, pero son cosas que me gustan. Las que consiguen las tías buenas, con sus sonrisas oportunas, sus curvas adecuadas, sus posturas apropiadas... esas, me deprimen, me aburren, me ponen triste, me dan asco.
O envidia, vete tú a saber...
Me rozan los muslos
Al andar. Desde pequeña. En verano, a veces, tengo que
echarme talco donde se juntan para que no me escueza. Y tengo el culo gordo. Y
las piernas. Y durezas en los pies. Y pelos donde no debe ser.Y me están
saliendo arrugas, canas, manchas. Que a veces se mezclan con los granos. Y
suelo tener ojeras. Y no tengo los dientes blancos, ni están todos en fila, ni
son exactos.
Por eso soy perfecta. La perfecta borrega asustada que se pasará la vida tratando de que le quede distancia entre las piernas, de que sólo algunas de sus curvas sean convexas, de que no haya en su cuerpo rastro de pelos, granos, manchas, pieles muertas... Que comprará cosas, revistas, cremas. Que se avergonzará de su cuerpo y querrá el de otras, y se culpará de no tenerlo. Que lo esconderá como pueda, por miedo a escuchar la mirada ajena. Que se sentirá vieja, fofa, fea. Que se creerá invisible, inquerible, infollable, despreciable...
Por eso soy perfecta. La perfecta borrega asustada que se pasará la vida tratando de que le quede distancia entre las piernas, de que sólo algunas de sus curvas sean convexas, de que no haya en su cuerpo rastro de pelos, granos, manchas, pieles muertas... Que comprará cosas, revistas, cremas. Que se avergonzará de su cuerpo y querrá el de otras, y se culpará de no tenerlo. Que lo esconderá como pueda, por miedo a escuchar la mirada ajena. Que se sentirá vieja, fofa, fea. Que se creerá invisible, inquerible, infollable, despreciable...
O igual no soy tan perfecta. Igual soy una mujer grande, en una autoestima pequeña. Igual me pierdo todo lo que dicen estos ojos, porque los uso sólo para buscarme nuevos rincones fofos. Igual estoy desperdiciando el tiempo, empeñada en que no se me note por fuera. Igual me despierto un día de estos, y me rindo y pierdo la batalla imbécil de soñar con estar buena.
Y entonces, igual, empiezo a entender que para sentir fuego en el pecho no hace falta tener las tetas tiesas. Que para morder con placer no hace falta tener una boca tierna, que lo que importa es mover el culo al bailar, al correr, al pedalear, al follar, no las dimensiones que tenga. Que mi cuerpo es mi única arma para ser, no un solar en el que acumular mis mierdas. Que para disfrutar de que te acaricien el pelo, no hace falta currarse una preciosa melena.
Igual un día entiendo que no hay nada valioso en la belleza,
que es sólo un invento de quienes no les conviene que me quiera. Porque dejaría
de comprar, de esconderme, de juzgarme, de envidiar. Y entonces me sentiría
libre y valiente y dueña de mis pies, de mi culo, de mis tetas, de mis pelos,
de mis curvas, de mi coño, de mis piernas. Y usaría mi cuerpo para vivir, no
para envolverlo en complejos y cremas. Y sería mucho más feliz. Y eso, en este
mundo, no cuela.
Mi cuerpo, tu cuerpo, nuestros cuerpos..
Es tu única herramienta de comunicación con el mundo. Es la
única vía que tienes para oler, saborear, escuchar, tocar, viajar, sentir
dolor, placer, calor, miedo...
De hecho, lo único que tienes, en realidad, es tu cuerpo.
De hecho, lo único que tienes, en realidad, es tu cuerpo.
Tiene curvas, rectas, pelos, marcas, heridas, postillas,
arrugas, granos, manchas. Como todos los cuerpos.
Abrazamos, deseamos, lamemos, mordemos, acariciamos, amamos,
admiramos, envidiamos, echamos de menos otros cuerpos. Y esos cuerpos tienen -a
veces- tripas redondas, pechos pequeños, muslos grandes, lorzas, arrugas,
manchas, granos, pelos... Pero abrazamos, deseamos, lamemos, mordemos,
acariciamos, amamos, admiramos, envidiamos, echamos de menos esos cuerpos.
¿Cómo podemos no amar el nuestro? ¿Cómo han podido convencernos de que no nos guste nuestro cuerpo?
Despreciar tu cuerpo es como avergonzarte de la tierra en la
que has nacido, de la familia en la que te has criado, de tu gente, de lo que
eres.
Si no te gusta tu cuerpo, no puedes gustarte, ni quererte, porque tu cuerpo es la forma en que te relacionas con el mundo.
Si no te gusta tu cuerpo, no puedes gustarte, ni quererte, porque tu cuerpo es la forma en que te relacionas con el mundo.
Cuida tu cuerpo para vivir más, para sentirte mejor, para
explotar de él todas las capacidades de disfrutar y experimentar que encierra.
Pero no cuides tu cuerpo para responder a la idea que te han impuesto de lo que
es un cuerpo que merece ser querido.
Tus curvas, tus rectas, tus arrugas, tus marcas, tus
heridas, tus manchas, tus pelos, son lo que tu eres. Y si te pasas la vida
huyendo de ellas, no vas a conseguir quererte nunca.
Y entonces te convencerán de que necesitas dietas, cremas,
depilaciones, operaciones, aparatos, maquillajes, fajas, rellenos, para que te
quieran. Y así quererte un poco.Pero nadie puede relacionarse desde la libertad
y la felicidad con el mundo, si no le gusta la herramienta que utiliza para
hacerlo.
Coge ese cuerpo, desnudo en el espejo, y míralo como miras
los cuerpos que quieres, que deseas, que abrazas, que admiras, que envidias.
Olvídate de todos los mensajes que dicen cómo debería ser y aprende a moverte
con él por el mundo, contenta y orgullosa.
Y no dejes que nadie, nunca, se meta con tu cuerpo.
Y no dejes que nadie, nunca, se meta con tu cuerpo.
“Debemos construir la habilidad de
ser nosotros mismos y no hacer nada. Eso es lo que los teléfonos han hecho
desaparecer. La capacidad de estar quietos. Es en lo que consiste ser
una persona”.
Con esta cita del cómico Louis C.K., el científico y escritor Andrew J. Smart ilustra uno de los grandes problemas del ser humano en el siglo XXI: la necesidad autoimpuesta de estar permanentemente ocupados. El ocio es el enemigo, algo que nos detiene en la conquista de nuestros objetivos y que puede acabar con nuestro bienestar material. Sin embargo, el esfuerzo continuo no nos hace más felices, ni siquiera nos permite conseguir mejores resultados. Simplemente, acaba con nuestra creatividad, con nuestra felicidad y nuestra humanidad.
Smart acaba de publicar en España El arte y la ciencia de no hacer nada. El piloto automático del cerebro (Clave Intelectual), en el que explica desde un punto de vista neurológico –aderezado con observaciones literarias y filosóficas– por qué deberíamos empezar a no hacer nada. En primer lugar, porque, como explica a El Confidencial, “el cerebro es una maravilla compleja y no lineal que siempre está activa”. Hay partes de nuestro cerebro, como el córtex prefrontal, que se activan cuando no hacemos nada y que “te permiten acceder a tu inconsciente, tu creatividad y tus emociones”. Perder el tiempo potencia nuestras habilidades, nos ayuda a conocernos y a sentirnos en paz. La conclusión, para Smart, está clara: “Es aceptable ser vago
”.
El hombre no nació para trabajar
Se trata de una idea que lleva circulando desde hace mucho tiempo en la neurociencia y que ha formado parte de la cultura durante siglos. El descanso era tan consustancial a la vida diaria como el trabajo. Sin embargo, la revolución industrial, el capitalismo, la urbanización de la sociedad y la globalización han cambiado las costumbres del individuo y han convertido el tiempo en el bien más preciado. Por el contrario, la vaguería (o, mejor dicho, la ociosidad) es hoy en día un importante tabú. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
La ética protestante, heredada por el capitalismo, comenzó a cambiar las tornas respecto al trabajo, que durante siglos había sido considerado un castigo divino. “Lutero pensaba que los pobres eran vagos y necesitaban ser castigados con el trabajo duro”, explica Smart. “En el libro hablo de nuestro pasado evolutivo, y cómo el ocio era necesario para recuperarse después de cazar y escapar de depredadores”. Sin el descanso, habría sido imposible que el ser humano mantuviese todas las exigencias físicas de un mundo dominado por la naturaleza. “Hoy en día no tenemos que hacer nada físico para sobrevivir excepto caminar al coche, pero quizá la compulsión de estar ocupados esté relacionada de alguna manera con ello”.
Durante siglos, se pensó que el desarrollo tecnológico permitiría al ser humano disponer de más tiempo libre. “Los radicales del siglo XIX como Marx o Bakunin apostaban por una sociedad basada en el ocio”, recuerda Smart. “Economistas mainstream como Keynes pensaban que hoy en día tendríamos una jornada laboral mucho más corta, y Oscar Wilde escribió que los pobres debían ser liberados por las máquinas”. Sabemos perfectamente que no sólo no trabajamos menos, sino que la tecnología ha provocado que dediquemos las 24 horas del día al trabajo, a diversos compromisos familiares y sociales y a consultar las notificaciones del móvil.
Hay un interés detrás de todo ello, sugiere Smart. “Las largas horas de trabajo benefician a la élite de varias maneras –consiguen convertir el valor de nuestro trabajo en beneficio–, mientras estamos intentando trabajar todo lo posible no nos organizamos, algo que siempre ha sido una amenaza a sus intereses”. Otra contrapartida: “Previene el pleno empleo porque siempre puedes amenazar a los empleados con el desempleo por trabajar lo justo, pero si todos trabajásemos menos horas podríamos emplear a todo el mundo”. ¿La paradoja inherente a todo ello? “Si sólo trabajásemos unas pocas horas al día, seríamos tan productivos o incluso más que si lo hiciésemos diez horas al día”.
“Mi visión particular es que todo el mundo puede disfrutar del ocio que necesite sin dañar su seguridad material. Creo que se tiene la falsa creencia de que si dejásemos a la gente tener todo el ocio que quisieran nadie trabajaría”, argumenta Smart. “No creo que eso sea verdad: la gente trabajaría en lo que desease, no en la basura en lo que suele trabajar. La gente no es vaga, simplemente tiene trabajos lamentables”.
El culto a la agenda apretada
Pero ese culto a la productividad forma parte ya casi inseparable de nuestras vidas. Exigimos a nuestros hijos que se olviden del ocio, tan necesario para el desarrollo emocional y personal, y abracen un gran número de actividades extraescolares o aficiones, siempre vistas como una obligación, como es el caso de aprender a utilizar un instrumento musical o practicar un deporte. “Estoy de acuerdo en que me sentiría muy raro como padre si le dijese a los que acaban de apuntar a sus hijos en 14 actividades que los míos no hacen nada”, reconoce Smart. “Nos sentimos culpables si no tenemos a nuestros hijos apuntados a natación, música, chino, etc”.
Esta trampa no deja de producir paradojas. Una de ellas es que aquellos que más dinero y poder tienen en sus manos son precisamente los que disponen de menos tiempo libre. Sin embargo, Smart sugiere que algunas personas podrían disfrutar más, o estar más preparadas biológicamente que otras, para aguantar el estrés. “Los CEO, banqueros y políticos no son la clase de personas que uno consideraría creativas o que te gustaría conocer de forma personal”, sugiere el científico. “Su ocupación los daña de la misma manera que a los demás, pero en la situación presente se benefician de ello, incluso aunque les haga daño a la larga”.
Mucho se ha escrito ya sobre los problemas que causa la multitarea, es decir, nuestra tendencia a realizar diversas actividades al mismo tiempo, algo que provoca que no hagamos bien ninguna de ellas y perdamos nuestra capacidad de concentración. Pero Smart va más allá. No se trata de reorganizarse para ser más productivos, sino de, simplemente, redescubrir quiénes somos y lo que queremos.
“El escritor Steven Poole escribió un gran artículo sobre lo que denomina ‘el culto a la productividad’, donde todo lo que hacemos –incluso si es simplemente relajarse– tiene algún objetivo funcional o sirve a la motivación utilitaria de ser productivo”, recuerda Smart. “Insisto en mi libro en que estar desocupado es bueno por sí mismo, no para convertirse en un hipster digital más productivo”. Esa es una de las paradojas del libro. Si bien sugiere que tomarse varios descansos en el trabajo o dejar la mente vagar durante un buen rato al día puede mejorar nuestra creatividad y desempeño en el trabajo, Smart es particularmente crítico con la utilización de su libro para conseguir ser aún más eficientes.
“Es difícil escapar de ello, porque hay quien lee mi libro y se dice 'oh, vale, ahora tengo que añadir no hacer nada a mi lista de tareas'. Es no haber entendido nada”, se lamenta Smart, que explica cómo la escritora Bridig Shulte, autora de Owerwhelmed, un libro sobre la falta de tiempo libre en nuestra sociedad, recibe continuamente ofertas por parte de importantes think-tanks para explicarles cómo el ocio puede hacer más productivos a sus empleados. Otra manifestación más de la obsesión de nuestra sociedad por traducir lo que no tiene precio en números, metas y nombres tachados de una lista.
El ser humano, en peligro
El problema que late detrás de todo ello es que, quizá, el ser humano esté perdiendo aquello que le distinguía del animal, la capacidad de autorreflexión y de conciencia sobre uno mismo. Por el contrario, nos estamos convirtiendo en una mezcla de los animales que sólo son capaces de reaccionar a los estímulos de su entorno y las máquinas que obedecen constantemente órdenes externas. “La habilidad para pensar sobre nosotros mismos es una capacidad humana que ninguna otra especie puede llevar a cabo”, añade Smart. “Requiere una gran corteza prefrontal y la capacidad de metacognición. Si dejamos que esta habilidad se atrofie de forma individual, tendrá consecuencias socialmente negativas”.
Si somos conscientes de que el estrés cotidiano y nuestros horarios sobresaturados acaban con nuestra inspiración, ¿por qué no hacemos nada para evitarlo? Smart traza un paralelismo con la adicción al tabaco. Cuando empezamos a fumar de adolescentes, resulta atractivo porque nos hace parecer más mayores y más interesantes; pero para cuando nos damos cuenta de que nos perjudica, nos encontramos con que la motivación inicial se ha esfumado y es difícil hacer desaparecer la adicción.
¿Qué podemos hacer, por lo tanto, para poner el freno de mano en un mundo en constante movimiento sin que este nos lleve por delante? Smart lo tiene claro: “Conseguir una sociedad basada en el ocio probablemente requería algo parecido a una revolución”. Mientras tanto, está en nuestras manos (íntimas y privadas) intentar detener el caos que nos rodea. “Cuando tengo un momento en el que no he de hacer nada, intento detener la urgencia de encontrar algo que hacer”, explica. “Intento sentarme hasta que me interrumpen. Te sorprendería el beneficio de robar breves momentos a lo largo del día para desconectar. Una vez manejes esos pequeños momentos de desconexión, puedes construir gradualmente una tolerancia a los períodos mayores”. Barato, sencillo y efectivo, aunque conviene tener a mano un ejemplar de El arte y la ciencia de no hacer nada ante la nada descabellada posibilidad de que alguien nos llame “holgazán”.
Con esta cita del cómico Louis C.K., el científico y escritor Andrew J. Smart ilustra uno de los grandes problemas del ser humano en el siglo XXI: la necesidad autoimpuesta de estar permanentemente ocupados. El ocio es el enemigo, algo que nos detiene en la conquista de nuestros objetivos y que puede acabar con nuestro bienestar material. Sin embargo, el esfuerzo continuo no nos hace más felices, ni siquiera nos permite conseguir mejores resultados. Simplemente, acaba con nuestra creatividad, con nuestra felicidad y nuestra humanidad.
Smart acaba de publicar en España El arte y la ciencia de no hacer nada. El piloto automático del cerebro (Clave Intelectual), en el que explica desde un punto de vista neurológico –aderezado con observaciones literarias y filosóficas– por qué deberíamos empezar a no hacer nada. En primer lugar, porque, como explica a El Confidencial, “el cerebro es una maravilla compleja y no lineal que siempre está activa”. Hay partes de nuestro cerebro, como el córtex prefrontal, que se activan cuando no hacemos nada y que “te permiten acceder a tu inconsciente, tu creatividad y tus emociones”. Perder el tiempo potencia nuestras habilidades, nos ayuda a conocernos y a sentirnos en paz. La conclusión, para Smart, está clara: “Es aceptable ser vago
El hombre no nació para trabajar
Se trata de una idea que lleva circulando desde hace mucho tiempo en la neurociencia y que ha formado parte de la cultura durante siglos. El descanso era tan consustancial a la vida diaria como el trabajo. Sin embargo, la revolución industrial, el capitalismo, la urbanización de la sociedad y la globalización han cambiado las costumbres del individuo y han convertido el tiempo en el bien más preciado. Por el contrario, la vaguería (o, mejor dicho, la ociosidad) es hoy en día un importante tabú. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
La ética protestante, heredada por el capitalismo, comenzó a cambiar las tornas respecto al trabajo, que durante siglos había sido considerado un castigo divino. “Lutero pensaba que los pobres eran vagos y necesitaban ser castigados con el trabajo duro”, explica Smart. “En el libro hablo de nuestro pasado evolutivo, y cómo el ocio era necesario para recuperarse después de cazar y escapar de depredadores”. Sin el descanso, habría sido imposible que el ser humano mantuviese todas las exigencias físicas de un mundo dominado por la naturaleza. “Hoy en día no tenemos que hacer nada físico para sobrevivir excepto caminar al coche, pero quizá la compulsión de estar ocupados esté relacionada de alguna manera con ello”.
Durante siglos, se pensó que el desarrollo tecnológico permitiría al ser humano disponer de más tiempo libre. “Los radicales del siglo XIX como Marx o Bakunin apostaban por una sociedad basada en el ocio”, recuerda Smart. “Economistas mainstream como Keynes pensaban que hoy en día tendríamos una jornada laboral mucho más corta, y Oscar Wilde escribió que los pobres debían ser liberados por las máquinas”. Sabemos perfectamente que no sólo no trabajamos menos, sino que la tecnología ha provocado que dediquemos las 24 horas del día al trabajo, a diversos compromisos familiares y sociales y a consultar las notificaciones del móvil.
Hay un interés detrás de todo ello, sugiere Smart. “Las largas horas de trabajo benefician a la élite de varias maneras –consiguen convertir el valor de nuestro trabajo en beneficio–, mientras estamos intentando trabajar todo lo posible no nos organizamos, algo que siempre ha sido una amenaza a sus intereses”. Otra contrapartida: “Previene el pleno empleo porque siempre puedes amenazar a los empleados con el desempleo por trabajar lo justo, pero si todos trabajásemos menos horas podríamos emplear a todo el mundo”. ¿La paradoja inherente a todo ello? “Si sólo trabajásemos unas pocas horas al día, seríamos tan productivos o incluso más que si lo hiciésemos diez horas al día”.
“Mi visión particular es que todo el mundo puede disfrutar del ocio que necesite sin dañar su seguridad material. Creo que se tiene la falsa creencia de que si dejásemos a la gente tener todo el ocio que quisieran nadie trabajaría”, argumenta Smart. “No creo que eso sea verdad: la gente trabajaría en lo que desease, no en la basura en lo que suele trabajar. La gente no es vaga, simplemente tiene trabajos lamentables”.
El culto a la agenda apretada
Pero ese culto a la productividad forma parte ya casi inseparable de nuestras vidas. Exigimos a nuestros hijos que se olviden del ocio, tan necesario para el desarrollo emocional y personal, y abracen un gran número de actividades extraescolares o aficiones, siempre vistas como una obligación, como es el caso de aprender a utilizar un instrumento musical o practicar un deporte. “Estoy de acuerdo en que me sentiría muy raro como padre si le dijese a los que acaban de apuntar a sus hijos en 14 actividades que los míos no hacen nada”, reconoce Smart. “Nos sentimos culpables si no tenemos a nuestros hijos apuntados a natación, música, chino, etc”.
Esta trampa no deja de producir paradojas. Una de ellas es que aquellos que más dinero y poder tienen en sus manos son precisamente los que disponen de menos tiempo libre. Sin embargo, Smart sugiere que algunas personas podrían disfrutar más, o estar más preparadas biológicamente que otras, para aguantar el estrés. “Los CEO, banqueros y políticos no son la clase de personas que uno consideraría creativas o que te gustaría conocer de forma personal”, sugiere el científico. “Su ocupación los daña de la misma manera que a los demás, pero en la situación presente se benefician de ello, incluso aunque les haga daño a la larga”.
Mucho se ha escrito ya sobre los problemas que causa la multitarea, es decir, nuestra tendencia a realizar diversas actividades al mismo tiempo, algo que provoca que no hagamos bien ninguna de ellas y perdamos nuestra capacidad de concentración. Pero Smart va más allá. No se trata de reorganizarse para ser más productivos, sino de, simplemente, redescubrir quiénes somos y lo que queremos.
“El escritor Steven Poole escribió un gran artículo sobre lo que denomina ‘el culto a la productividad’, donde todo lo que hacemos –incluso si es simplemente relajarse– tiene algún objetivo funcional o sirve a la motivación utilitaria de ser productivo”, recuerda Smart. “Insisto en mi libro en que estar desocupado es bueno por sí mismo, no para convertirse en un hipster digital más productivo”. Esa es una de las paradojas del libro. Si bien sugiere que tomarse varios descansos en el trabajo o dejar la mente vagar durante un buen rato al día puede mejorar nuestra creatividad y desempeño en el trabajo, Smart es particularmente crítico con la utilización de su libro para conseguir ser aún más eficientes.
“Es difícil escapar de ello, porque hay quien lee mi libro y se dice 'oh, vale, ahora tengo que añadir no hacer nada a mi lista de tareas'. Es no haber entendido nada”, se lamenta Smart, que explica cómo la escritora Bridig Shulte, autora de Owerwhelmed, un libro sobre la falta de tiempo libre en nuestra sociedad, recibe continuamente ofertas por parte de importantes think-tanks para explicarles cómo el ocio puede hacer más productivos a sus empleados. Otra manifestación más de la obsesión de nuestra sociedad por traducir lo que no tiene precio en números, metas y nombres tachados de una lista.
El ser humano, en peligro
El problema que late detrás de todo ello es que, quizá, el ser humano esté perdiendo aquello que le distinguía del animal, la capacidad de autorreflexión y de conciencia sobre uno mismo. Por el contrario, nos estamos convirtiendo en una mezcla de los animales que sólo son capaces de reaccionar a los estímulos de su entorno y las máquinas que obedecen constantemente órdenes externas. “La habilidad para pensar sobre nosotros mismos es una capacidad humana que ninguna otra especie puede llevar a cabo”, añade Smart. “Requiere una gran corteza prefrontal y la capacidad de metacognición. Si dejamos que esta habilidad se atrofie de forma individual, tendrá consecuencias socialmente negativas”.
Si somos conscientes de que el estrés cotidiano y nuestros horarios sobresaturados acaban con nuestra inspiración, ¿por qué no hacemos nada para evitarlo? Smart traza un paralelismo con la adicción al tabaco. Cuando empezamos a fumar de adolescentes, resulta atractivo porque nos hace parecer más mayores y más interesantes; pero para cuando nos damos cuenta de que nos perjudica, nos encontramos con que la motivación inicial se ha esfumado y es difícil hacer desaparecer la adicción.
¿Qué podemos hacer, por lo tanto, para poner el freno de mano en un mundo en constante movimiento sin que este nos lleve por delante? Smart lo tiene claro: “Conseguir una sociedad basada en el ocio probablemente requería algo parecido a una revolución”. Mientras tanto, está en nuestras manos (íntimas y privadas) intentar detener el caos que nos rodea. “Cuando tengo un momento en el que no he de hacer nada, intento detener la urgencia de encontrar algo que hacer”, explica. “Intento sentarme hasta que me interrumpen. Te sorprendería el beneficio de robar breves momentos a lo largo del día para desconectar. Una vez manejes esos pequeños momentos de desconexión, puedes construir gradualmente una tolerancia a los períodos mayores”. Barato, sencillo y efectivo, aunque conviene tener a mano un ejemplar de El arte y la ciencia de no hacer nada ante la nada descabellada posibilidad de que alguien nos llame “holgazán”.
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